noviembre 2, 2017
«No es lo mismo que te cuenten el estalinismo que vivirlo»
Gregorio Morán, más de 10 años de militancia clandestina, dejó el PCE apenas cuatro meses antes de la legalización el ya histórico Sábado Santo Rojo. Sigue leyendo
Pese a las biografÃas reinventadas, no fueron muchos los que integraron el aparato del PCE en la clandestinidad. Si fuese verdad que hubo tantos militantes trabajando de manera soterrada contra el régimen, quizá el dictador no habrÃa muerto en la cama. Y los órganos de represión del Estado franquista se habrÃan visto desbordados. No fue el caso. Sin embargo, ahà ha quedado, como una más de las mentiras que han pasado a ser verdad en las versiones canónicas de la Historia, propagadas incluso por un partido que tuvo que borrar su pasado por la necesidad de inventar una épica amable para que algunos dirigentes figurasen en la historia como padres de la patria. Cuando esos dirigentes, en el exilio desde el final de la Guerra Civil, volvieron a España, actuaron con absoluto desprecio hacia quienes habÃan arriesgado su vida enfrentándose a un régimen en el que la mayorÃa de la sociedad se habÃa habituado a vivir resignadamente, pese a las dificultades.
Pero aquellos militantes seguÃan soñando con la ruptura con el régimen anterior, y las componendas de la reforma pactada que aceptó Carrillo, bandera monárquica incluida, eran lo más parecido a una traición que habÃan escuchado desde hacÃa años. Y empezaron a ser molestos. Fue el caso de Gregorio Morán(Oviedo, 1947). Tras más de 10 años de militancia clandestina, tanto en comités de fábrica como en labores de propaganda («llegué incluso a ser director de Mundo Obrero, porque lo hacÃamos Jaime Ballesteros y yo en mi casa»), Morán dejó el partido apenas cuatro meses antes de la legalización el ya histórico Sábado Santo Rojo.
–         ¿Por qué abandonas el PCE en diciembre del 76?
La vuelta del viejo partido del exilio para mà fue un trauma. Una cosa era ir a ParÃs a una reunión y discutir con ellos, y otra verlos en vivo y en directo, tenerlos de vecinos e incluso hospedarles en tu casa. No es lo mismo que te cuenten el estalinismo que vivirlo. Es ahà donde elaboro esta tesis general de que si ganaban los nuestros, perdÃamos nosotros.
–         ¿Era una cuestión del carácter de Carrillo y Pasionaria?
No era el carácter, era la formación. O la deformación. Era otro mundo. Mi generación tardó en entender que para Carrillo y para Dolores, para gran parte de la dirección del exilio, la democracia y la Constitución del 78 eran el último vagón del último tren que les quedaba. Nosotros tenÃamos más vida por delante, pero ellos no. De ahà los esfuerzos de Carrillo por ser ministro y su obsesión por que Suárez lo incluyera en un gobierno de gran coalición. Eso se puede demostrar muy claramente en las elecciones del 15 de junio del 77. El partido más joven que habÃa en España era el PCE, y sin embargo las candidaturas más viejas eran las del PCE. Era una paradoja ver en las listas a Ignacio Gallego, que iba por algún lugar de AndalucÃa, o a Romero MarÃn, gente que no es que se les hubiese pasado el arroz, es que se les habÃa pasado la vida. O a Dolores Ibárruri de número uno al Congreso por Asturias y Wenceslao Roces al Senado. Roces volverÃa enseguida a México, porque no entendÃa nada, no tenÃa la edad ya, y él, que habÃa sido catedrático de la República en Salamanca, especializado en numismática romana, qué carajo pintaba volviendo a España después de tantos años de exilio para soportar aquellas peleas cainitas del PCE en vÃsperas del 15 de junio del 77.
–         ¿Viviste el espectáculo del ingreso y salida de Carrillo de prisión en diciembre del 76? ¿Fue en connivencia con los servicios policiales españoles?
Sà lo vivÃ, pero no fue un apaño, fue una conciliación. Cada uno utilizó sus propias inteligencias naturales. No soy nada proclive a las teorÃas conspirativas de la Historia. La realidad es que sencillamente Santiago esperaba que le detuvieran y los otros tenÃan el dilema de qué hacer con el detenido. Era el póker más cruel, que es el póker descubierto.
–         ¿Te insistieron para que no te fueses del partido?
No, nadie dijo nada. En aquel momento entraba mucha gente, me acuerdo de Umbral, de Raulito del Pozo… aquel era el momento de quitarse de encima pasados poco felices, o muy felices pero borrascosos. Y por lo tanto, nadie me preguntó nunca por qué me iba, me metà en mi casa y punto. No llegué ni a plantearlo. Sencillamente me dediqué al periodismo legal. No hay más misterio.
Y como periodista legal, Morán empezó a ser conocido en 1977 por sus certeros reportajes de denuncia en Diario 16 sobre las conexiones internacionales de la extrema derecha española y, especialmente, por una serie de artÃculos sobre el torturador policial Roberto Conesa, que le convirtieron en objetivo a batir por quienes no habÃan entendido que la libertad de prensa habÃa venido para quedarse. Con Juan Antonio Bardem colaboró en el guion de Siete dÃas de enero, una pelÃcula estrenada en 1979 y que denunciaba los asesinatos de los abogados laboralistas de Atocha a manos de un grupo de extrema derecha, protegidos (al menos) por el ministerio del Interior. Pero además, publicó dos libros que enseguida lo convirtieron en referente ineludible del panorama periodÃstico, polÃtico e intelectual. Adolfo Suárez. Historia de una ambición (Planeta, 1979) fue la primera biografÃa de un desconocido presidente justo cuando estaba en lo más alto de su carrera polÃtica. Y el desvelamiento de cómo un gris hombre del régimen logró, gracias a las artimañas de Torcuato Fernández Miranda, pasar por encima de aspirantes tan sólidos como Manuel Fraga o José MarÃa de Areilza. Al poco, Los españoles que dejaron de serlo (Planeta, 1982), un ensayo clave para entender los orÃgenes y el desarrollo del conflicto vasco a través del PNV, la banda terrorista ETA y la oligarquÃa de Neguri, forjadores de un imperio económico en la margen derecha de la rÃa del Nervión.
Primera edición de la obra publicada por Morán en Planeta en 1986.
E inmediatamente después, se sumerge durante dos años en el por entonces inexplorado archivo del PCE, cuyo responsable, Domingo Malagón, apenas habÃa tenido tiempo de abrir todas las cajas que habÃan ido llegando desde Bucarest, Moscú o ParÃs. De aquella labor de investigación nació un libro editado por Planeta en 1986, que relata minuciosamente las miserias, las grandezas y la agonÃa (aunque esta idea no aparecÃa entonces en el tÃtulo) de un partido sin el cual no es posible entender la historia de España en el siglo XX. Un partido que transita desde el estalinismo más cruel y despiadado con sus disidentes internos hasta la aceptación de la monarquÃa instaurada por el general Franco y su práctica desaparición tras los sucesivos fracasos en las urnas.
Treinta años después, Miseria, grandeza y agonÃa del PCE (1939-1985)continúa siendo un libro imprescindible que, sin embargo, como reconoce el propio Morán en el prólogo a la nueva edición que acaba de publicar Akal, nació «mal», por las circunstancias históricas del momento. Apareció a finales de abril de 1986, un mes después del referéndum de la OTAN y dos meses antes de que el PSOE revalidara su mayorÃa absoluta en las generales de junio, en las que el PCE, disuelto en Izquierda Unida, sufrió otra severa derrota electoral y muchos de los cuadros que aún resistÃan protagonizaron una segunda y vergonzosa desbandada hacia el PSOE «arrollador y triunfante», único partido capaz de procurar puestos y prebendas. «En el fondo», concluye Morán, «en 1986, cuando la diáspora del PCE hacia el PSOE se habÃa consumado, nadie querÃa recordar otro pasado militante». Y el libro quedó en el olvido.
–         ¿Cómo surge la idea del libro?
La editorial Planeta estaba muy interesada en hacer un libro sobre Carrillo, pero yo consideraba que no era el momento. Un libro, que, por cierto, hizo ClaudÃn, con una condición muy curiosa que revela su catadura. ClaudÃn aceptó la propuesta de Planeta siempre y cuando Carrillo aprobara que él hiciera su biografÃa. Y cuando ClaudÃn le preguntó a Carrillo, éste le dijo: «quién mejor que tú, Fernando». A pesar de que el PCE tenÃa la impronta inequÃvoca de Carrillo, a mà me parecÃa que el tema era más interesante tratado de forma global, que el fenómeno era mucho más amplio, como se demostrarÃa luego, en el sentido de que aunque gran parte de los dirigentes se trasladaran al PSOE, el PCE tenÃa aquello que no tenÃan los socialistas: historia, pasado, experiencia y la dignidad de no haber estado de vacaciones durante 100 años, como decÃa Tamames.
–         ¿Cómo tienes conocimiento de la llegada de los archivos?
No es que yo haga el libro porque llegan los archivos, sino que cuando me pongo a trabajar en los archivos del PCE, que ya estaban en la calle SantÃsima Trinidad, descubro que acaban de llegar las cajas y quien estaba al cargo, que era Domingo Malagón, las abre conmigo. Hay historiadores académicos como Antonio Elorza que se han quejado porque no cito la referencia de los documentos, pero es que era imposible, porque no estaban aún clasificados. Estaban en unas cajas de madera, una madera casi tallada que parecÃa del sigo XIX, y con un cortafrÃos las fuimos abriendo y fuimos haciendo fotocopias de todo, por desconfianza, claro. Hay un anécdota que refleja muy bien ese tiempo de desconfianza que estábamos viviendo. En el libro está reproducida una carta que envÃa Santiago Carrillo desde Toulouse o ParÃs, no recuerdo ahora, a Dolores Ibárruri, que estaba en Moscú, en la que le dice que el asunto de Trilla se ha ejecutado. Gabriel León Trilla fue asesinado, o ejecutado, depende de las posiciones polÃticas, pero lo cierto es que lo mató de la peor manera un militante dentro de toda sospecha, por otra parte, Olmedo, El Gitano. Además lo dejaron desnudo para que pareciera una historia de homosexualidad, que en los años 40 eran especialmente significativas. Y cuando encontré ese cable, lo fotocopié como hacÃa con todos los documentos, se lo enseñé a Domingo Malagón y le dije: ¿te puedes imaginar que cuando aparezca el libro con este documento, este documento desaparecerá y no quedará más rastro que mi fotocopia? Y Malagón, con ese aire de veterano que lo ha visto ya todo, me responde: no, y la mÃa.
–         Malagón en sus memorias, sin embargo, no cuenta nada de eso.
Malagón estaba acostumbrado a callar. Yo no leà las memorias de Malagónporque me lo imagino intentando no contar lo que es fundamental y lo que más interesaba a la gente. Era una bellÃsima persona, un buen tipo, al que la Guerra Civil primero y el partido después cambiaron el curso de su vida. Era estudiante de Bellas Artes en Madrid cuando estalla la Guerra, se alista como soldado y ya en exilio alguien descubre en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer, en el sur de Francia, que tenÃa una facilidad enorme para copiar los bonos de comida. Y al poco se transforma en el falsificador más preciado del partido, porque era un hombre que se lo tomaba con un rigor y una seriedad increÃbles. Yo recuerdo que en la antigua DDR, la Alemania del Este, estaban muy interesados en saber quién hacÃa esos auténticos trabajos de artesanÃa. Todos los que manejamos pasaportes de Domingo Malagón sabÃamos que eran absolutamente impecables.
–         ¿Te consta que cuando Malagón se jubila, al poco de salir tu libro, hay una depuración de esos documentos en el archivo?
Por supuesto. Me consta que materiales que yo fotocopié ya no existen, lo que pasa es que las fotocopias mÃas, después de más de 30 años sin tocarlas, deben estar hechas un asco. Yo fotocopié absolutamente todo. Por ejemplo, la correspondencia impresionante entre Ibárruri y en Enrique LÃster, a propósito de Antón, que estaba ya en Polonia. Es brutal y de una crueldad increÃble. Y esa ha desaparecido. ¿Por qué? Pues sencillamente porque alguien lo pidió. Y si el que lo pide es alguien como Romero MarÃn, que fue coronel de tanques, no creo que nadie le dijese que no. Los materiales han sido pulidos incluso de manera excesiva.
–         La que persona que sucedió a Malagón al frente del archivo, Victoria Ramos, niega que se hayan destruido documentos. Afirma incluso que esa correspondencia entre Ibárruri y LÃster, por ejemplo, nunca estuvo en el archivo.
Ella no estaba allà cuando yo consulté el archivo. Yo conocÃa a ‘Vicky’, que es como la llamábamos cuando era una niña, porque conocÃa a sus padres. Es nieta del famoso periodista y secretario de Azaña durante una época, Luis Bello, que muere en vÃsperas de la Guerra Civil. Sencillamente es una funcionaria mediocre, sin talento alguno para nada. Por supuesto, ni ella ni sus padres fueron militantes del partido hasta que cayó Franco, y los conozco a los dos muy bien, he estado en su casa muchas veces. Es una conversa clarÃsima, y me la imagino cumpliendo estrictamente las órdenes recibidas, ya sean las de Carrillo, las de Romero MarÃn o las de los sucesivos secretarios generales. Ella hacÃa lo que le mandaban. A mà nunca me fue una persona creÃble, la he visto crecer y trepar, en este caso trepar se reduce a ser una funcionara que se atiene a las órdenes recibidas. Es verdad que no tiene muchas luces, pero para hacer el trabajo que ella desempeña no necesita ser Toynbee.
–         ¿Cuándo se publica el libro recibes ataques de alguien?
No recibo nada. Nadie me dice nada. El aislamiento es total. Aparecen un par de crÃticas, una de Vázquez Montalbán, que era muy buena, y otra de la que no recuerdo el nombre de su autor. Quizá el libro era demasiado largo. Además, entonces habÃa todavÃa una mala conciencia con respecto al PCE para que las crÃticas se hicieran públicas, y mucha gente me consta que se cabreó con la aparición del libro, pero imperó el reinado del silencio que es como aquà se contempla el reinado de los libros, como cuando los romanos imponÃan la damnatio memoriae. Sencillamente no existes. Recuerda que en aquel momento gobernaba el PSOE, un PSOE trufado de ex comunistas, y nadie tenÃa interés especial en reavivar aquella vieja llama, ni siquiera el propio Carrillo, que estaba ya viviendo sus últimos momentos como divo destronado.
En la nueva edición que acaba de publicar Akal, Morán ha añadido al tÃtulo el sugerente concepto de ‘agonÃa’.
–         ¿Qué crees que fue lo que más le pudo molestar a Carrillo?
El libro en sÃ. Esa mezcla de miseria y de grandeza, que en algunos casos era más miseria que grandeza. Pero no creo que les afectara especialmente. Insisto en que el volumen era y es grande. Esta nueva edición tiene más de 1.100 páginas. Y esos libros que la gente admite si es un británico el que lo escribe, o un francés, e incluso un italiano, para un español están vedados, nosotros tenemos que hacer libros que no superen las 200 páginas.
–         ¿Te lo esperabas ya todo o hubo algo que te sorprendió especialmente al consultar los archivos?
No, no, que va, no me lo esperaba todo. Lo principal que descubrà fue que existÃan dos mundos, el del PCE del interior, el propiamente clandestino, el de la pelea contra la dictadura; y el del PCE del exilio. Descubrà la importancia que tenÃa el exilio. Nunca pensé que esos dos mundos eran, en muchos aspectos, irreconciliables, pero los archivos me revelaron que sà que lo eran. Y el que era dominante era el del exilio, no el del interior, donde te dejaban hacer cualquier cosa, porque no les preocupaba mucho. Recuero que habÃa un tipo en FilosofÃa y Letras que para entrar al partido puso como condición que saliera Dolores Ibárruri. Y le dijimos que sÃ, que de acuerdo. Éramos tan pocos y estábamos tan aislados que no importábamos nada. Ahora resulta que todo el mundo era del PCE, pero realmente éramos muy pocos.
–         En el prólogo del 86 dices que te guÃa una máxima, que es la de no escupir sobre lo que alguna vez has amado. Sin embargo, mucha gente interpretó el libro como una venganza.
Yo creo que no lo han leÃdo. Puede ser que algunos conversos de la última hora consideren este libro una venganza en la misma medida en que ellos son unos conversos. No tengo ninguna razón para una venganza, no es mi estilo. Y por otra parte, la historia se explica por sà sola. A mà solo me ha tocado escribirla. Mis relaciones con la gente del PCE fueron correctas siempre, antes, durante y después del libro.
–         ¿Crees que Podemos es heredero del PCE?
No, no tiene nada que ver. Un fenómeno como el del PCE es irrepetible. Siempre decimos que la Historia no se repite y cuando lo hace es para peor. Podemos es, como dirÃa un pedante, el ‘contrafáctico’ de lo que era el PCE. Uno es heredero de la tradición leninista y el otro, que es un movimiento asambleario, es heredero de sà mismo y del 68, son cosas diferentes.
–         La imagen del PCE en los años 40 y 50 que refleja tu libro es la de un partido absolutamente estalinista al que no le tiembla mano a la hora de cometer asesinatos.
Es lo que habÃa en el mundo del comienzo de la dictadura, marcado por el carácter absolutamente sangrante del franquismo en esos primeros años, que aplicaba una represión implacable. El PCE era un partido acosado, las cárceles estaban llenas de militantes y en el partido existÃa la obsesión por la infiltración policial. Es decir, no solo habÃa rasgos del viejo estalinismo, sino rasgos motivados por la represión y porque sobrevivir era muy difÃcil. En esos años, el PCE casi no era un partido, era una secta, en la que los dirigentes del interior duraban un año en el mejor de los casos antes de ser detenidos y torturados. El franquismo, sumado al ambiente general estaliniano, creó en el PCE un clima de guerra frÃa de verdad, con destrozos, crÃmenes, casi asesinatos podrÃamos decir, porque hay algunos ajustes de cuentas que tienen un aire semimafioso: para que no cuentes lo que sabes, te liquido. En el momento en que te van a cazar como a una alimaña, te vuelves una alimaña. Y esto hay que contarlo, pero al mismo tiempo conservar una cierta distancia para no justificarlo. A mà me sacaban de quicio Carrillo y otros dirigentes cuando decÃan: camaradas hemos cometido errores, pero no decÃan cuáles porque corrÃan el riesgo de abrir una herida. No se podÃa decir que fue un error la manera en que se planteó el movimiento guerrillero, o que fue un error la liquidación de Monzón.
–         ¿Crees entonces que el partido es menos estalinista conforme el franquismo va dejando de ser menos represor?
SÃ, son vasos comunicantes.
–         ¿No tiene nada que ver con la naturaleza estalinista del propio partido?
No, incluso el carácter implacable del crimen lo mantiene el franquismo bastante más allá, por ejemplo, con la liquidación de Julián Grimau en el 63, bastante después del XX Congreso del PCUS del 56 y la denuncia que hace Jruschev de los crÃmenes estalinistas. Si hay un aldabonazo fuerte e impensable es el caso Grimau, porque al mismo tiempo que el PCE intenta abrirse a la sociedad con la famosa reconciliación nacional, el régimen tiene muy claro que se debe a una guerra civil que ha ganado y no está dispuesto a hacer concesiones.
–         El asesinato de Grimau coincide con el ‘contubernio de Múnich’ y es a partir de ahà cuando el PCE se convierte en la única oposición al régimen puesto que la oposición interior ha quedado anulada: Gil Robles, Ridruejo…
Esa obsesión anticomunista que mucha gente se negaba a creer, se mantiene hasta el 23-F del 81. La legalización del PCE por Suárez y el Rey abre unas heridas que venÃan dadas desde hacÃa mucho tiempo.
–         ¿Pero no crees que el régimen podÃa temer más a la oposición interna que a un partido que tenÃa algo de fantasma?
SÃ, eso es verdad, todos los datos dicen que Franco estaba obsesionado por Gil Robles, pero Gil Robles fue barrido en las elecciones del 15 de junio del 77, igual que la democracia cristiana de Ruiz-Giménez. La obsesión anticomunista era un recurso que se habÃa alimentado durante 30 años de manera incomprensible, porque el papel del PCE durante la Guerra Civil fue uno de los más racionales y equilibrados, dentro del desequilibrio general. A menos que se considere que una propaganda insistente llega a convertir las mentiras en verdades y el PCE se acabó convirtiendo en el chivo expiatorio porque era lo único que existÃa.
–         ¿Pero en qué medida el PCE clandestino podÃa suponer un riesgo real para el régimen?
Es verdad que no suponÃamos un riesgo.
- Texto:
- Foto: