mayo 27, 2021
Jorge Carrión: “Hay que imaginar horizontes que no sean los de la distopía”
Partidario de un uso creativo de las redes sociales que no nos consuma el tiempo, el autor de Lo viral y Contra Amazon propone dejar atrás el exhibicionismo de la intimidad y el aislamiento del “yo” Sigue leyendo
Hoy estamos más unidos que nunca y más distanciados que nunca a la vez”, dice desde España el escritor Jorge Carrión. “No podemos viajar, no podemos movernos. Es un mundo muy extraño en el que no hay posibilidad de emigrar. Y, no obstante, estamos híper unidos, por un lado, en un foco de preocupación común, que es el virus, los contagios, las muertes, las vacunas. Y por el otro, en una constante circulación de mensajes, de información, de memes, de objetos culturales”, explica desde la pantalla de Zoom quien ha hecho del viaje un ritual sagrado y de las tecnologías del siglo XXI, un hábito cotidiano y un objeto de estudio.
En sus múltiples travesías por el mundo ha fotografiado y escrito sobre librerías y bibliotecas, escenarios fundantes de la educación sentimental e intelectual. Ese registro vital, que es también homenaje, se condensó en uno de sus tantas obras, Librerías (Anagrama), traducidas a varias lenguas. Pero aun cuando no había publicado libros y no lo invitaban a eventos, ferias y presentaciones, dice, viajaba porque sí. Proviene de una familia “sin libros y sin viajes” y siempre anheló esa experiencia. “Desde hace quince años voy, o iba, una vez al año a París. Me voy en el primer avión de la mañana y vuelvo en el último de la noche. Me paso el día en París”, dice y parece dudar si hablar en tiempo pasado o presente. En uno de sus viajes, hace ya veinte años, recaló en Buenos Aires, punto de partida de su recorrido por la Argentina y los países vecinos. “Eran tiempos de corralito, cartoneros y manifestaciones en Plaza de Mayo”, recuerda Carrión, periodista y crítico cultural.
En marzo del año pasado, cuando el virus detuvo al mundo y confinó a sus habitantes, Carrión escribió Lo viral (Galaxia Gutenberg), un “antidiario” con entradas día por día pero que adquiere la forma de un ensayo en el que reflexiona sobre la sociedad contemporánea en tiempos pandémicos. “Lo que revela la pandemia, porque es totalmente global, es que el relato de tu vivencia individual durante estos meses es irrelevante. Si yo no hubiera encontrado el modo de convertir el diario en un ensayo en donde el ‘yo’ fuera solamente la plataforma para hablar del ‘nosotros’, no hubiera escrito ni publicado Lo viral”, dice sobre ese texto escrito entre marzo y mayo de 2020 ante una realidad que, dice, puede ser enmarcada en el género del terror.
Antes había publicado Contra Amazon (Galaxia Gutenberg), un manifiesto contra “ese monstruo tentacular” con forma de “hipermercado”, y una defensa de la figura del librero y las librerías de autor.
En diálogo con LA NACION, Carrión reflexiona sobre la cultura de la cancelación, la autoficción y el lenguaje inclusivo. Ahora mismo se encuentra terminando la tercera temporada de su exitoso podcast Solaris, ensayos sonoros, y ha finalizado su tercera novela, una historia de ciencia ficción.
–Terminó de escribir Lo viral en mayo del año pasado, en un contexto en el que mucho pensamos que la pandemia no iba a durar tanto. ¿Cómo ha vivido las etapas de desconfinamientos y reconfinamientos?
–Nosotros, y me refiero a mi mujer, Marilena y yo, hemos sido bastante pesimistas desde el principio. En ningún caso en mayo del año pasado sentí que la pandemia estuviera en su fase de conclusión. De hecho, el final del libro es totalmente abierto y creo que fue un acierto terminarlo con esa idea del terror de baja intensidad, porque de alguna forma se podría definir así este año y los meses que quedan, quizá los años que quedan: nos hemos acostumbrado a una serie de formas de habitar el mundo que hasta hace un año pertenecían al género de terror. Por ejemplo, en la tactofobia. Nos hemos convertido en seres tactofóbicos que estamos continuamente lavándonos las manos, poniéndonos gel y evitando el contacto con la gente que queremos. Eso, sin duda, es terrorífico.
–En Contra Amazon abordó la onmipresencia en nuestras vidas de los algoritmos y el big data y en Lo viral se impone la onmipresencia del Covid-19. De alguna manera, todos nos encontramos en la viralidad: en el virus biológico y el virus digital. ¿Cree que ambos libros pueden ser leídos como un díptico, a fin de cuentas?
–Sí, sin duda. Es extraño, porque cuando mi editor canadiense, Dan Wells, quiere que seleccione mis mejores textos sobre librerías y bibliotecas del mundo, y acabamos en este volumen, yo imaginé que era un libro sobre el libro como objeto y el mundo del papel en la literatura. Y lo es, pero al mismo tiempo es un libro que conecta mi obra anterior sobre mundos librescos con mi obra actual, sobre mundos algorítmicos. De ese modo, Contra Amazon es un libro de transición y Lo viral sigue en esa misma línea, porque es un libro de contraste entre lo clásico y lo viral. Y Amazon tiene mucha importancia en lo viral: es quizá la empresa que más ha crecido durante la pandemia. Ahí habría quizás una trilogía con mi podcast Solaris, porque se trata de entender el mundo del siglo XXI, el mundo de los algoritmos y del big data, pero desde los libros.
–Y la pandemia, además, profundizó la digitalización de la vida cotidiana.
–Sí, hoy estamos más unidos que nunca y más distanciados que nunca a la vez. No podemos viajar, no podemos movernos. Es un mundo muy extraño en el que no hay posibilidad de emigrar. Durante siglos, ante un problema grave en el lugar donde vivías te planteabas la migración. Ahora, la migración no es posible. Y, no obstante, estamos híper unidos, por un lado en un foco de preocupación común, que es el virus, los contagios, las muertes, las vacunas. Y, por otro lado, en una constante circulación de mensajes, de información, de memes, de objetos culturales, etcétera. Pese a que soy muy defensor de las redes sociales, de las tecnologías de la información, de la híper conexión, como no leo en formato digital libros, creo que los libros y las bibliotecas, más bien de la casa, te permiten agarrarte a algo, en esta época en que es tan fácil caer. Haber visto claramente que en mi casa me siento a salvo en parte gracias a los libros me ha hecho todavía defenderlos más como una tecnología, porque es una tecnología que tiene todavía mucho futuro.
–Usted tiene una relación muy natural con lo tecnológico y al mismo tiempo el trabajo de un escritor es solitario, requiere esfuerzo, tiempo, concentración. ¿Cómo maneja ese equilibrio?
–En mi caso es una relación muy orgánica y muy natural. Yo no siento que las redes sociales me quiten tiempo porque acostumbro a actualizarlas y a consultarlas en momentos muertos. Por ejemplo, en el transporte público. No siento que me quiten tiempo y creo que eso es muy importante. Si sientes que algo te quita tiempo, mejor no hacerlo. En mi caso, las redes sociales, además de ser un modo de difundir mi trabajo y de captar fenómenos y temas que se pueden convertir en ensayos, en artículos o en capítulos del podcast, son espacios creativos y se me ocurren muchas ideas gracias a las redes sociales o Google. Creo que hay un elemento de potencial creativo también en ese tipo de tecnologías si sabes mirarlas y hay diferentes materiales que te pueden nutrir intelectualmente y creativamente.
–Uno de los debates que atraviesa el campo cultural es el debate por la cancelación. ¿Cómo se sitúa frente a eso?
–Es uno de los muchos factores que determinan el debate contemporáneo y, como en todo, hay que ir caso por caso, obra por obra y tomar una decisión personal según cada contexto determinado. Me parece que tanto el debate de la cancelación como el debate de la apropiación cultural, en el nivel macro, por lo general es absurdo, pero después en algunos ejemplos concretos, pues es muy interesante. Es una cuestión de decidir en cada caso si tiene sentido que se cancele o se cuestione. Hay ejemplos en que la apropiación cultural sí que es extravagante y terrible pero en casos de artistas o creadores genuinos, honestos, no tiene sentido. Y ahí hay algo que comparten, por lo general, las cuestiones de cancelación y de apropiación, que es el sacar de contexto y magnificar una opinión irrelevante o un articulista o un polemista que en una columna o en una entrevista dice algo sobre lo que no ha pensado realmente y sobre lo que no se ha informado. Y de repente eso se vuelve una bola de nieve enorme que no tiene sentido. No te puedes posicionar en términos generales sobre estos debates.
–¿Pero uno debería separar la obra de las opiniones personales de su autor o autora? ¿La cancelación es un acto de libertad o de autoritarismo? ¿Cree que hay una tiranía de lo políticamente correcto que angosta el campo de lo que puede ser o no dicho?
–Hay que ver hasta qué punto la intensidad de una reacción colectiva a algo concreto es suficiente como para tomar una decisión con repercusiones a largo plazo. Me pregunto si el corto plazo tiene que intervenir en el largo plazo. Y depende. Porque a veces se trata de obra y a veces se trata de imagen pública, y hay fenómenos nuevos, muy sintomáticos de nuestra época pero muy difíciles de evaluar, como el de los influencers y las acusaciones anónimas en Twitter. La viralidad no es buena ni mala y, cuando explota, se sobredimensiona; y tanto para lo bueno como para lo malo adquiere una importancia que no es justa, que no es ni siquiera del todo real.
–Ha escrito sobre el lenguaje inclusivo y las poéticas de la inclusión. ¿Lo utiliza en su vida cotidiana?
–No, y aunque no uso el lenguaje inclusivo en mis textos, sí lo hago en un personaje de ficción, Ella, que ahora se ha transformado en Vosotres, el algoritmo de voz con quien converso en Solaris. Es cierto que en mis clases intento ir variando la apelación en la tercera persona y hablo de vosotros y vosotras o de los escritores y las escritoras. De igual modo, intento desde hace unos años no solo leer a más autoras, que es algo que he hecho durante mucho tiempo, sino también citarlas en mis clases, en mis conferencias, en mis artículos, en mis ensayos. Por ejemplo, cuando publiqué en 2011 la antología Mejor que ficción: crónicas ejemplares, en Anagrama, incluí 21 cronistas y solo cinco eran mujeres.
–Es algo que ahora no le ocurriría.
–Pues no, ha cambiado mi modo de leer y mi sensibilidad respecto a la importancia de tener una visión plural de la creación artística. En ese sentido, uso fórmulas inclusivas cuando hablo. Lo que no uso es ni el @ ni el “-es” cuando escribo en primera persona, para empezar, porque yo soy una persona binaria, heterosexual, que me reconozco con la primera persona del masculino. Creo que hay que estimular que cada cual hable como quiera, sobre todo aquellas personas que no se sienten representadas por la gramática de la Real Academia Española, pero que eso finalmente no es más que un síntoma o una llamada de atención para que pensemos que excluimos sistemáticamente y tenemos que intentar ser más inclusivos. Lo que importa no es el lenguaje inclusivo. Lo que importa es que incluyamos más. El lenguaje no representa a todo el mundo porque el lenguaje no es transparente, no es inmóvil, no es neutro. El lenguaje determina, construye realidad. Entonces, es importante que nos acordemos de que el lenguaje es una herramienta en nuestras manos, no que nosotros somos una herramienta del lenguaje sino que usamos el lenguaje y lo podemos cambiar, siempre y cuando estemos de acuerdo en que es necesario cambiarlo.
–¿Qué mundo cree que se configurará después del tsunami de la pandemia?
–Bueno, sobre el futuro mejor no hablar porque seguro nos equivocamos, pero creo que está claro que ya estamos muy afectados y que va a quedar un gran trauma colectivo, quizás el primer gran trauma global de la historia de la humanidad, porque hubo países que no sufrieron la Segunda Guerra Mundial y, en cambio, no ha habido ninguna región del mundo que no haya estado afectada por el Covid. No creo que vayamos a salir mejores de esta y tengo poca esperanza en la bondad colectiva de la humanidad. Espero que al menos se refuercen las estructuras que tienen que ver con la prevención de epidemias y de pandemias y se refuerce la cooperación internacional para que esto no vuelva a ocurrir.
–¿Y en términos artísticos?
–La gran marca de nuestra época es el “yo”. Vivimos en la época de la selfie y de la auto ficción. Y lo que revela la pandemia, porque es totalmente global, es que el relato de tu vivencia individual durante estos meses es irrelevante. Si yo no hubiera encontrado el modo de convertir el diario Lo viral en un ensayo y de que el “yo” fuera solamente la plataforma para hablar del “nosotros”, no lo hubiera escrito. De algún modo, creo que la literatura particular y las artes narrativas en general deberían empezar a salir del aislamiento del “yo”, del narcisismo, y empezar a encontrar modos del narrar el “nosotros”: imaginar horizontes de futuro que ya no sean los de la distopía, que es el género que predomina en nuestra época. Si no pueden ser utópicos, al menos que sean horizontes alternativos a los que ahora imperan. Yo me negué a participar en ese tipo de exhibicionismo de la intimidad. Hace años decidí cómo sería mi relación narrativa con las redes sociales y con mis textos y con mis crónicas, y si uso la experiencia personal, es porque de esa manera puedo encontrar el modo de crear un vínculo con el lector para contarle experiencias que espero que sean universales; situar al lector en un espacio, un tiempo, un horizonte y compartir con él algo que me trasciende a mí y a él y que nos une a un gran conjunto de personas.
- Texto: Astrid Pikielny (LANACION,COM)
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