mayo 17, 2022
Crímenes en el prime-time
Dos libros recientes ponen en foco la cobertura televisiva de las noticias policiales, el rol de las redes y el peso de los prejuicios de quienes informan. Sigue leyendo
La representación del delito en los medios de comunicación conforma un campo de estudios específico en la Argentina. La centralidad que adquirieron las noticias del crimen desde los años 90, las transformaciones en el mapa mediático y la preocupación social alrededor de la seguridad convergen en un tema de análisis sostenido que convoca a investigadores de distintas disciplinas y abre interrogantes. El delito televisado y Atravesar las pantallas, publicaciones de reciente edición, aportan a ese campo un conjunto de reflexiones centradas en un mismo objeto: la producción y el consumo de noticias policiales a través de la televisión.
Ambos libros son el resultado de proyectos de investigación realizados en universidades con apoyo del Conicet y de la Defensoría del Público Audiovisual de la Nación. Comparten inquietudes teóricas y una metodología caracterizada por la observación in situ en canales de televisión, las entrevistas con productores y cronistas y el análisis de discusiones promovidas en grupos focales.
No obstante, las hipótesis y los cursos de estudio son diferentes y en comparación resultan significativos tanto por las coincidencias como por los distintos aspectos del problema que visualizan.
Compilado por Gabriel Kessler, Martín Becerra, Natalia Aruguete y Natalia Raimondo Anselmino, El delito televisado analiza noticieros centrales de canales de televisión de Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Mendoza y reúne a dieciséis investigadores de la comunicación y la sociología a partir de una idea que lo singulariza: la estructura concentrada de los medios interviene “decisivamente”, dicen los autores, en la cobertura de noticias y en las opiniones sobre el delito.
Con la coordinación de Mercedes Calzado y Susana M. Morales, Atravesar las pantallas presenta por su parte estudios de otros once investigadores en los que el objetivo general de analizar la trama que componen las crónicas policiales y las experiencias de seguridad se proyecta sobre otro más amplio: “Intervenir en la arena de disputa por el sentido de la inseguridad y contribuir a la producción de directrices de una política de comunicación para una seguridad democrática”.
Pantallas y redes
Según la Encuesta Nacional de Consumos Culturales (2017), citada en El delito televisado, el 73% de los hogares argentinos cuenta con televisión de pago y, en promedio, cada uno mantiene encendida la pantalla más de tres horas diarias.
Lo novedoso respecto de las representaciones del delito no consiste en ese dato sino en las transformaciones provocadas por los dispositivos móviles y las redes sociales, que determinan “un panorama de recepción muy diferente”, dicen Brenda Focás y Gabriel Kessler, e inciden en las nuevas funciones y modalidades del noticiero televisivo.
En el marco de la programación continua durante las 24 horas y del tráfico incesante a través de las redes sociales, el rol de los noticieros televisivos “no es tanto informar, sino ayudar a definir cuáles son las informaciones en las que hay que creer”, agregan Focás y Kessler: el noticiero vespertino, en particular, opera una “clausura ideológica y narrativa” en el sentido de que selecciona y jerarquiza la información consumida durante la jornada.
En ese “trastiempo de las noticias policiales”, plantean Mercedes Calzado, Victoria Irisarri y Cristian Manchego Cárdenas en Atravesar las pantallas, los relatos de la televisión actúan como una trama instructiva que da sentido a los acontecimientos y “organizan la amenaza cotidiana”.
Otro problema común en ambos libros es el examen de la incidencia de las fuentes de información en la definición y el encuadre de las noticias y en el modo en que las redes sociales interfieren en la centralidad histórica de los voceros policiales y judiciales.
Si El delito televisado destaca que los actores oficiales funcionan de todas maneras como “condición de posibilidad de las noticias” y garantes de las interpretaciones más comunes, Atravesar las pantallas puntualiza factores que relativizan ese predominio a partir de lo que proveen las redes y los registros de celulares y cámaras de vigilancia y de la imagen negativa de las instituciones vinculadas a la política criminal.
En el centro de la cuestión emerge además otro factor preponderante: “la mirada del colectivo virtual de los ciudadanos-víctimas” como punto de vista naturalizado por parte del periodismo en cuanto a los reclamos y las opiniones sobre los problemas de seguridad.
El uso de las redes modifica a la vez las rutinas de trabajo. Martín Becerra y Santiago Marino observan así que la producción periodística cambia en su relación con el territorio: hay una normalización del trabajo de escritorio, un repliegue de los cronistas del trabajo de calle por el que la redacción funciona como una especie de torre de control, al tiempo que las coberturas privilegian los delitos que ocurren alrededor de los grandes centros urbanos.
Ornela Carboni y Gabriela Fabbro describen un nuevo pacto de lectura entre los noticieros y sus espectadores fundado en la interpelación emotiva y en el tratamiento de la noticia como un espectáculo, sometido en consecuencia a reglas de un show: una forma de narrar que prioriza las imágenes de alto impacto y fragmenta la pantalla en procura de atraer la atención de la audiencia.
Imágenes de alto impacto
La preocupación por generar entretenimiento y la “magnitud visual” del hecho como criterio periodístico, señalan Calzado y Vanesa Lío en otro artículo, alteran el proceso productivo tradicional: acontecimientos que no son tales pero tienen “color” se convierten en noticias por el tratamiento periodístico e incluso lo que no ocurrió pero podría suceder es el motivo de coberturas que envían mensajes de alarma y especulan en torno al delito sobre un horizonte en el que los discursos punitivos son consagrados como sentido común.
Como efecto de la dramatización de los sucesos, coinciden los investigadores en distintas aproximaciones, la televisión pierde de vista las condiciones sociales del delito y oculta los problemas estructurales.
La frecuente dicotomía entre víctimas y victimarios aparece en correlación con categorías socioeconómicas, como muestran los llamados casos de justicia por mano propia que generalmente borran la responsabilidad criminal de personas de clase media y alta o la legitimación de la violencia cuando es ejercida por agentes de seguridad.
Libera Guzzi y Susana M. Morales cuestionan en esa dirección la idea de olfato periodístico, entendida como saber práctico que organiza el hacer cotidiano; esta competencia profesional, afirman, “está relacionada con una serie de prejuicios que operan en nuestra sociedad, y de los cuales los trabajadores de prensa no están exentos”.
La crónica policial se definió tradicionalmente en una zona gris con las fuentes institucionales, pero ahora, según las autoras, están en crisis principios éticos que prescribió la doctrina liberal de la prensa, como la distinción entre informaciones y opiniones y el respeto a la presunción de inocencia.
La recepción de las noticias “es la principal dimensión a seguir explorando”, dicen los investigadores de El delito televisado; el papel de los medios en la elaboración de la experiencia social define el eje básico en Atravesar las pantallas.
Estos estudios no solo se dirigen a los especialistas: también interpelan a los propios involucrados y en particular a los periodistas que, siendo a veces agudamente conscientes de los prejuicios sociales sobre el delito, no problematizan la presencia y la retransmisión de esos estereotipos en su propio trabajo.
- Texto: Osvaldo Aguirre (CLARIN.COM)
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