mayo 12, 2016
Pere Estupinyà: «Nos falta ciencia de la divulgación científica»
El escritor, autodefinido como «omnívoro de la ciencia», aborda temas tan dispares como el estado de la divulgación científica actual, las polémicas antivacuna, la homeopatía o la sexualidad. Sigue leyendo
¿Qué te empujó a estudiar Química y Bioquímica?
No tengo ninguna historia original que contar. Era el típico chaval al que le iban bien las ciencias, que no había salido de su ciudad (Tortosa), y creo que por inercia y porque la Universidad de Tarragona quedaba más cerca que la de Barcelona me matriculé en Química. Allí es cuando empezó a atraerme eso de imaginar el mundo de los átomos, más desde una perspectiva intelectual que práctica.
Cuando terminé Química a los veintiún años me ofrecieron un trabajo en una planta de plaguicidas, y recuerdo pensar que era muy joven, que no me veía encerrado en una fábrica, y que quería seguir estudiando. Ahí es cuando decidí estudiar Bioquímica y apareció de verdad la fascinación por la ciencia. Descubres la ingeniería genética, la evolución, la nutrición, el saber cómo funciona el cuerpo humano… y dices: ¡Ostras! Esto de la bioquímica mola mucho.
El desinterés por lo que hacías te hizo descubrir lo que querías hacer.
Los átomos al final son más fáciles de entender conceptualmente. Son pelotitas, bueno, no son pelotitas, pero ya me entiendes. Pero cuando miras la complejidad de la biología, las macromoléculas que forma una célula, una enzima que cataliza una reacción… Dices, ¿a esto cómo hemos llegado? Entonces empiezas a pensar en temas como el origen de la vida y la teoría de la evolución, que no te enseñan en clase, y te pones a leer por tu cuenta. En este paso es cuando empiezas a desarrollar un gusto por la ciencia guiado por tu propia curiosidad, con una motivación más filosófica (amor por el conocimiento), y eventualmente te encuentras leyendo libros de física o neurociencia, y alucinando con el cosmos o el cerebro.
¿Fue en ese punto cuando decides comunicar ciencia?
Durante la carrera no, pero hice el máster y ahí sí que me veía explicando lo que leía a mis amigos, o a quien fuera. ¡Era como el típico nerd de The Big Bang Theory! [Risas].
Entonces me salió la oportunidad de hablar sobre ciencia en un programita de radio en una cadena local de Tortosa, y de publicar articulillos en l’Ebre, gratis todo, pero ahí fue donde empecé con la divulgación. Iba escribiendo cositas y me empezaron a decir que se me daba bien. Además en esa época trabajaba como técnico de prevención de riesgos laborales, pues la experiencia que había tenido en el hospital Joan XXIII empezando el doctorado fue un desastre. Me cogieron para hacer unas reacciones rutinarias llamadas PCRs, claramente porque era más barato que un técnico de laboratorio. Vamos, que era el típico momento de juventud donde vas probando a ver lo que te gusta. Hasta que buscando opciones mandé un mail al equipo del programa Redesofreciéndome a colaborar y me responde Eduard Punset con la frase —literal, todavía lo recuerdo—: «Envíanos tu currículum. Estamos buscando gente que quiera dedicarse a la comprensión pública de la ciencia». Al cabo de mes y medio me entrevistaron, dio la casualidad de que a los pocos días una persona del programa se fue, me llamaron para empezar la semana siguiente, y lo dejé todo. Yo creo que ese fue el momento diferencial. Hasta ahí mi perfil era como el de muchísimos jóvenes científicos inquietos, pero la decisión de dejar radicalmente un trabajo fijo y un mundo que dominas por algo nuevo e incierto… ahí suelen entrar las dudas y los miedos paralizantes. Yo me lancé 110% a por ello, como creo que he ido en otros momentos de mi carrera y vida. La vida es muy rocambolesca y todos tenemos momentos de buena y de mala suerte. La clave está en superar rápido los de mala (aprendiendo de ellos si puede ser) y aprovechar al máximo los de buena. Y en guiarte más por la ilusión que por el miedo.
La ilusión.
En los agradecimientos de mis libros siempre escribo la frase «a la ilusión, porque en momentos importantes es la que decide». Es algo de lo que estoy plenamente convencido. Tanto en situaciones importantes como en cotidianas. Recuerdo estar escribiendo El ladrón de cerebros aislado en un microestudio de Washington D. C. y pensar que nadie me conocía, que nadie iba a leer mi libro, que estaba perdiendo mis mejores años profesionales… y seguir por ilusión, no por obligación. Nadie me obligaba a terminar el libro, no era un trabajo ni un compromiso. Podía dejarlo y a otra cosa más fácil y de premio inmediato. Pero la ilusión decidió continuar.
Has sido guionista y editor en Redes y ahora estrenas proyecto en La 2. ¿Cómo ves el estado de la divulgación científica en España?
Muy bien, y mejorando año tras año. En lugar de divulgación prefiero hablar de comunicación científica, que es un término más genérico que también engloba al periodismo. Lo que ha demostrado el mundo online es que la gente sí se interesa por la ciencia. Tú pones contenidos científicos en la home de El País o la home de las revistas, de los periódicos… y se comparten muchísimo. La gente los mira, y generan mucho tráfico. El periodismo de hace unos años asumía que a la gente no le interesaba la ciencia. Hablabas con editores y te decían que la gente no leía los artículos científicos. Yo en 2007 empecé el blog Apuntes científicos desde el MIT en El País, y era el segundo con más suscriptores, con un tráfico enorme… siendo un blog de ciencia. En el resto de blogs había futbolistas que escribían de fútbol, expertos en política… ¡pero es que ya había una saturación de información de política y de fútbol!
Internet ha demostrado que la ciencia interesa y, atentas a este fenómeno, las televisiones han reaccionado un poquito y han dicho: oye, igual también puede funcionar. Las cadenas públicas tienen casi el deber de dar un contenido cultural, pero incluso las otras, donde la audiencia es más determinante, creo que están planteándose apostar por la ciencia (por los rumores que me han llegado), interesadas en formatos de ciencia muy amenos, tipo Órbita Laika.
¿Qué me parece este momento? Me parece que es un momento de exploración. Parecía que durante mucho tiempo la ciencia ya estaba cubierta en televisión con Redes, porque parecía que con eso ya era suficiente. Cuando se terminó Redes mucha gente dijo que era un programa lento, que la ciencia tiene que ser divertida, y empezaron a salir Órbita Laika, el ADN Max, Yo mono, ahora El ladrón de cerebros… son contenidos que no llegan a competir en prime time con el cotilleo o el fútbol, pero sí que lo hacen con el resto de información. ¡A ver si tenemos audiencia todos! [Risas]
Pero es obvio que todavía quedan retos, como llegar más al sector femenino (los hombres consumen más divulgación que las mujeres), y llegar con impacto a un público mucho más masivo. Digo con impacto porque tener mucha audiencia no es suficiente. Quienes estamos en esto por vocación lo que queremos no es solo distraer a mucha gente, sino que tenga cierto impacto en sus vidas. Que se queden con la idea de que la ciencia es importante, quizás que aprendan algo, y que despierte su curiosidad por saber más. Si solo distrae, es divulgación mediocre. Por eso siempre digo que debemos medir el impacto de las actividades de divulgación científica.
Vivimos el boom de talent shows, el de programas de cocina… ¿es el turno de la ciencia?
Es que la ciencia es muy interesante, realmente.
Y en comparación con Estados Unidos, en cuanto a divulgación en los medios en general, ¿cómo crees que estamos?
Es muy difícil comparar España con Estados Unidos en cualquier nivel. Podemos comparar Estados Unidos con Europa, si quieres; pero con España es injusto. Si comparo la ciencia y divulgación española con Oklahoma, pues estamos mejor. Y si comparo con Nueva York o Massachusetts, mucho peor. Si me pides diferencias te podría decir que allí el periodismo científico es más storytelling, menos rígido y más crítico; o que los científicos están mejor entrenados para divulgar y asumir estatus mediático; que se potencia la personalización del divulgador, como Alan Alda o Neil deGrasse Tyson… pero es que tienen mucha más ciencia, mejor, y desde hace más tiempo. Es proporcional.
Ya que has mencionado a Neil deGrasse Tyson, supongo que has visto Cosmos. ¿Qué te ha parecido?
Bien, bien. Pero no la he visto toda… [Risas]. Lo que pasa es que yo soy un mal consumidor de divulgación científica. Yo me nutro de las fuentes originales, tipo Science o Nature, o libros y artículos un poco más sofisticados. Cosmos… la veo casi porque debo verla, o por inspiración, y entonces te da un poco de envidia por los recursos que tienen y piensas: «Nunca en el mundo hispanohablante podremos llegar a hacer eso». Me gusta la figura del divulgador que empatiza con la gente, como Neil o Carl Sagan, que fue el gran referente en eso. Eso pasaba aquí con Punset.
Series. Todas las series que de alguna forma más o menos directa tocan la ciencia, desde Big Bang Theoryhasta por ejemplo Masters of Sex, ¿qué opinión te merecen? ¿Crees que es bueno para la ciencia que existan?
Sí, sí. Con Big Bang Theory, por ejemplo, se han hecho análisis del impacto que puede tener y es positivo. No es que lo diga yo, está documentado. Hay gente que se dedica a intentar poner a un lado sus opiniones y medir siBig Bang Theory tiene un impacto positivo o no en vocaciones, por ejemplo. Esta es la mentalidad científica, yo no tengo opiniones sino hipótesis.
¿Y las secciones de «ciencia», como por ejemplo de El Hormiguero?
No lo sé; lo interesante es medirlo. Te voy a dar un ejemplo: Hay un sociólogo del Reino Unido que hizo un estudio sobre ciertas actividades educativas infantiles en zoos, donde se veía a los niños jugando con animales, riendo, se les explicaban cosas… Él analizó si aprendían cosas nuevas o no, o si cambiaban actitudes respecto a importancia de preservación o respeto a animales, y aunque todo el mundo asumía que sí, porque se lo pasaban bien y era muy interactivo… Cuando lo midieron: efecto cero. No servía para nada a nivel divulgativo. Para que los niños pasaran un rato divertido sí, pero para que mejorara su percepción de la ciencia, ningún efecto. Yo, por ejemplo, no sé qué impacto tienen los experimentos de El Hormiguero. Se debería medir. Nos falta ciencia de la divulgación científica.
¿Un buen indicador de salud divulgativa de un medio es el tratamiento de cuestiones como la homeopatía?
Sí. La homeopatía es un tema muy complejo, y por tanto, si lo tratas bien, demuestras que eres mejor divulgador o mejor periodista. Asumimos que es un placebo, que no hay nada: eso lo sabemos todos. Y que hay tantos intereses económicos como en la farmacología convencional. Pero tratarla de una manera simplista, diciendo que la gente es ignorante, no lleva a ningún sitio. Es demasiado superficial. Recuerdo a una farmacéutica que recetaba homeopatía y me decía: «Yo ya sé que no tiene nada, pero si viene una madre con su hijo, que le duele la tripa, y te pide algo para el niño, sabes que ella quiere cualquier cosa; ¿qué le vas a dar, un fármaco, que es fuerte? Le das una pastillita de estas que no hace nada, y en realidad lo que haces es calmar a la madre». Después otro asunto es cómo los lobbies farmacéuticos no se atreven a criticar la homeopatía porque hay mucho dinero detrás. Nadie se atreve a regularla bien, como tampoco regulan bien las bebidas azucaradas, que genera diabetes en Estados Unidos y en México. Hay mucho dinero ahí.
¿Otro buen indicador podría ser que el Gobierno de un país no acabe con la investigación pública? ¿Cómo ves el caso español?
Si miramos solo la inversión en los últimos cinco años, como consecuencia de la crisis ha empeorado. Pero la tendencia en los últimos treinta es muy buena. Es una cuestión de perspectiva. A pesar de las dificultades, España tiene mucho talento y buena productividad científica. Y de eso la gente no es del todo consciente. Está en el décimo lugar mundial en publicaciones, y hay grupos de gran impacto internacional. El reto ahora es conseguir más transferencia industrial e impacto socioeconómico, pues en innovación estamos a la cola de Europa.
Pero yo sí veo claros indicios de continua mejora. Uno es la apuesta por la excelencia, como por ejemplo los apoyos a los centros Severo Ochoa, que es un sello de calidad. La idea de que se premie más a los excelentes no acaba de verse bien, porque se cree que hay que repartir. Pero la ciencia no funciona así. La ciencia, en este sentido, funciona como el fútbol: si quieres a Messi o Cristiano en tu equipo les tienes que pagar más dinero que a otro, y nadie dice que sea injusto. Otro tema es la modernización de algunas estructuras de gestión de la investigación en el CSIC o universidades, para que sean más flexibles y eficientes. Se están cambiando modelos un poco antiguos. Y desde luego hay otros muchos aspectos de la ciencia en España, como la fuga de cerebros, la duplicación de investigaciones, la falta de multidisciplinariedad, la falta de ingenieros, o las pocas mujeres en cargos altos, que no son exclusivos de España pero también están presentes.
¿Cuáles crees que son nuestras tareas pendientes en la comunicación científica?
Una es medir si estamos haciéndolo bien o no. Estamos haciendo divulgación acientífica, en el sentido de que cada uno hace lo que cree que es bueno, pero sin comprobarlo. Y medir solo audiencia no vale, porque no necesariamente mide el impacto social. Yo creo que en divulgación científica un reto es empezar a entender mejor qué funciona y qué no funciona, para el objetivo que tú decidas.
La profesionalización es un reto también. Hace un tiempo la divulgación era muy amateur, muy naif, y ahora se está mejorando, pero se debe apoyar todavía más a los profesionales.
Hilando muy fino quizá nos falta ser más arriesgados y menos encorsetados. A veces, cuando veo las notas de periódicos… su estructura es muy convencional. Los propios editores a veces no arriesgan a probar cosas diferentes. Falta un poco de experimentación.
Y luego, contar con más apoyos de líderes de opinión. Incluso políticos. Mira, en 2015 yo estuve trabajando unos meses en un proyecto en Ecuador, y allí el presidente Correa en casi todos sus discursos cita explícitamente y con convicción la importancia de la ciencia y la innovación como motor del desarrollo del país. Esas palabras tienen más impacto que veinte actividades divulgativas.
En el ámbito científico español hay situaciones muy precarias. ¿Sería favorable para la ciencia que la gente entienda que el científico no es un ente que vive tan alejado de ellos?
El objetivo lo tenemos claro: intentar que la gente perciba que el científico es cercano. Hay iniciativas como jornadas de puertas abiertas. Pero yo creo que a veces nos equivocamos de foco: intentamos que la gente vaya donde hay ciencia, en lugar de llevar la ciencia donde hay gente. El científico suele tener una actitud de esperar a que le vengan a buscar. Y algunos comunicadores también.
Yo voy a hacer un programa de televisión específico de ciencia, pero quizá tiene más impacto una pequeñita sección en el programa de Buenafuente, porque pone ciencia donde está la gente, y, si invitas a científicos con un discurso y un tono cercano, quizá bastantes personas que no tienen ninguna conexión con la ciencia digan: «Vaya, ha salido un científico en la tele y lo he entendido, tampoco habla tan raro».
¿Cómo has vivido la polémica antivacunas que se reabrió en verano a raíz de la muerte del niño con difteria?
Lo del niño es la punta de lanza de unos efectos que son medibles. Yo lo he percibido con indignación. Hay mucha información, mala y distorsionada de los antivacunas…. Es tan obvio y está tan demostrado que las vacunas son beneficiosas para la sociedad, que da rabia ver como ciertas personas dogmáticas tergiversan el mensaje con trampas. Claro que la OMS con la gripe no lo hizo bien y hay mucho lado oscuro en el mundo de la industria farmacéutica, pero llevarlo al extremo generando miedos es distorsionar la realidad. Tú estás transmitiendo la información de manera rigurosa y seria, y llegan los otros con trampas. Es desmoralizador.
En una entrevista decías que al final el científico encuentra lo que está buscando. El que quiere ir en contra de la homeopatía solamente va a mirar las desventajas, o al revés.
Hay algo que se llama cherry picking data. Pasa en ciencia, pasa en economía. Tú tienes un cesto de cerezas y coges las que están más maduras. Y dices: ¡qué buenas están las cerezas! No necesariamente; están buenas las que has cogido tú. Si hubieras cogido las verdes dirías que son malas. Si tú quieres defender que el cambio climático no es para tanto, pues coges unos datos que te favorecen. Si quieres decir que esto va a ser el desastre, coges los otros datos. Esto se llama cherry picking data, y es una distorsión de la realidad. En ciencia, un pecado. Tenemos ahora tanta acumulación de estudios y datos, que si quieres defender que el vino es bueno o malo, o que subir o bajar impuestos es lo mejor para la economía, puedes. Pero estás actuando más como abogado que como científico.
La ciencia es coger cerezas con los ojos cerrados. ¿Tú quieres saber cómo son estas cerezas? Te tapo los cojos y coges varias y las pruebas. Pero si las miras y las eliges, no eres objetivo.
Otra cosa interesante es que en ciencia la razón te la dan los otros. Tú cuando publicas algo nuevo hay alguien que hará experimentos en paralelo para comprobar si eso es cierto o no. Siempre se queda como en un standby. Hemos visto que Adam Riess, astrofísico de Harvard, en el 97 publicó que las estrellas se alejan unas de otras de manera acelerada. Eso era interesante, y otros científicos hicieron experimentos independientes para comprobar si eso es verdad. Al final le dieron el Nobel de Física.
Si no somos críticos con la gente «antiloquesea», pasa como en Colombia, que pagaron dos mil doscientos dólares por un chamán para que no lloviera en una final.
En América Latina es más gordo todavía. Hay un tema de creencias ancestrales que es muy difícil, porque el cambio cultural es lento, y la ciencia está avanzando muy rápido. La cultura va siguiendo otro ritmo.
La fe siempre aparece en situaciones desesperadas. Para el público medio, ¿las religiones y la ciencia son un acto de fe?
Quizás el público medio vea similitudes entre ciencia y fe. Pero filosóficamente no es así. La fe te obliga a creer y mantenerte firme en tus convicciones y la ciencia —al menos en teoría— te fuerza a ser escéptico y cambiar de idea si las evidencias contradicen tus creencias. Otra cosa es que en la práctica algunos científicos sean también dogmáticos, y que haya mucha gente que «tenga fe» en la ciencia. Eso son imperfecciones. Pero el progreso de la ciencia se basa en renovar ideas aunque sean antiintuitivas.
¿Existe cierta reticencia por parte de la sociedad a la presencia de la ciencia en todos los aspectos de nuestra vida?
Bueno, es que la ciencia no tiene por qué meterse en todos lados. Si sustituimos la palabra ciencia por conocimiento, a la gente ya le suena mejor. El objetivo de la ciencia es conocer el mundo. Y este conocimiento tú lo puedes aplicar a muchas cosas, hacer tu vida mejor, entre otras. Pero si la miras como solo un método basado en la formulación de hipótesis, la acumulación de datos, un supuesto análisis objetivo —la palabra supuesto es importante—, y sacando unas conclusiones lo más neutrales posibles, acabas conociendo mejor el mundo. El otro día me decían que dentro de un teléfono móvil hay más de veinte premios Nobel. Quince premios Nobel han sido necesarios para llegar a esto, y es a base de conocer mejor. Sin el conocimiento de Einstein no habría GPS porque las señales no llegarían precisas.
Claramente hay otros ámbitos más controvertidos, como la nutrición, donde mucha gente prefiere que haya «menos ciencia». A mí no me gusta esta dicotomía entre transgénicos o productos naturales, porque se está tratando de manera demasiado hostil y extrema. A mí me gusta la comida de mercado, y entiendo que haya gente que diga: no hace falta que me metas ciencia. Lo entiendo perfectamente. No soy un talibán de la ciencia
A veces se prefiere la ignorancia. Por ejemplo: cuando se investiga sobre el amor. Hay a quien le preocupa que sabiéndose tanto sobre el amor desaparezca la espontaneidad.
El amor es un buen ejemplo, porque de ciencia sobre el amor hay poca y mala. Es muy difícil analizar científicamente el amor. El deseo sexual es muchísimo más fácil, porque es un instinto con unas codificaciones fisiológicas muy claras. El amor es algo más sofisticado, que no depende solo de lo que estés sintiendo en ese momento, sino también de la memoria. Estar locamente enamorados sí tiene algo de trampa química, pero cuando quieres románticamente a alguien es por los recuerdos de todo lo vivido juntos durante mucho tiempo, y por las proyecciones de futuro que haces. A mí los análisis que se hacen de ciencia y amor no me suelen gustar, porque son muy simplistas y reduccionistas. Aporta información interesante si la integras en todo lo demás. Si a todo lo que se sabe del amor le añades la parte química, pues eres más sabio. Pero si le das peso excesivo a la parte científica y concluyes que el amor es solo esta parte química, entonces pierdes sabiduría, conocimiento. Simplificar y decir que el amor es liberación de oxitocina y un fruto de la psicología evolucionista porque necesitamos parejas estables para cuidar a nuestras crías… no me jodas. No es solo eso. Es mucho más. La clave es que el conocimiento científico sume, no que reste.
De ahí la importancia de los estudios multidisciplinares.
Sí. Por ejemplo en el sexo. ¿Por qué hay mujeres que no llegan al orgasmo? A veces es psicológico, a veces fisiológico, y a veces comportamental. Un buen terapeuta contempla todos los factores, haciendo una aproximación biopsicosociológica al comportamiento sexual. De hecho, la sexualidad es quizás la disciplina más multidisciplinar que he conocido.
¿Necesitamos una explicación racional para entender lo emocional, como pasa en La ciencia del sexo?
Las emociones se pueden estudiar científicamente, eso está claro. Pero no, no necesitamos explicaciones racionales. A la gente le gustan porque le ayudan a comprender cosas como por qué sucede un gatillazo, por ejemplo. De hecho… ¡hasta cierto punto sí es útil saberlo! Si tú sabes que cuando el estrés activa el sistema nervioso simpático es muy difícil tener una erección, y sabes identificar los signos externos de esta activación del sistema nervioso simpático (aceleración cardíaca, calores, pupilas dilatadas, tensión muscular…), puedes detectar que te está pasando y así evitas el mal trago.
En general también es útil saber cómo las emociones condicionan nuestro comportamiento, y eso sirve para tomar mejores decisiones. Las emociones están pensadas para hacernos sobrevivir en el corto plazo. Si nos guiáramos solo por emociones, comeríamos aunque tuviéramos que hacer dieta, o veríamos a un tío hablando con nuestra novia y le daríamos una hostia porque la agresividad es un instinto primate. Eso es lo que dictan las emociones primarias, pero siendo seres supuestamente inteligentes con capacidad de deducir qué consecuencias futuras tendrán nuestras acciones, debemos llegar a un equilibro entre emoción y razón.
La infidelidad, por ejemplo. Se hablaba mucho de un estudio que demostraba la existencia de un gen de personalidad que nos predispone a esta conducta.
[Risas] Sí, pero de nuevo, este es un muy buen ejemplo para ilustrar cómo una nueva información nos puede hacer más sabios o más tontos. Es totalmente cierto que hay personas con una predisposición genética a tener una personalidad más inquieta o novelty seeking (buscadores de novedades). Practican más deportes de riesgo, cambian más rápido de trabajo, buscan más novedades en su vida, viajan más… y también suelen ser más infieles. Estudios publicados en Nature han visto polimorfismos genéticos asociados a esta personalidad inquieta, pero no es un gen de la infidelidad, sino de un patrón de comportamiento amplio.
Esto es interesante si lo integramos en todo lo que sabemos sobre infidelidad. Pero si alguien se acoge a esta explicación fácil y de manera simplista dice que la infidelidad es genética, entonces el nuevo conocimiento no habrá sumado sino restado.
¿Entre hombres y mujeres hay más diferencias biológicas que socioculturales, o al revés?
Yo creo que socioculturales. Pero lo de las diferencias entre géneros es un muy buen ejemplo para ilustrar elcherry picking o selección de datos para que confirmen tus creencias. Si alguien quiere defender que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, puede encontrar aspectos o casos en que son (o parecen) muy diferentes. Si alguien quiere demostrar lo contrario, también puede argumentarlo con ejemplos. Los datos revelan que no somos tan diferentes como normalmente se dice.
Biológicamente en realidad somos muy parecidos. La gran diferencia está en los niveles hormonales, pero las mujeres también tienen testosterona y nosotros tenemos estrógenos. Cuando tú miras un transexual, al que primero le hacen el cambio hormonal y después la operación, es el mismo cuerpo distribuido de manera diferente. Ellas tienen pechos más hinchados, pero son pechos. Si miras la estructura de los genitales: clítoris y pene vienen de lo mismo. Ellas también tienen eyaculación. Pueden ser multiorgásmicas, pero los hombres también. En realidad es todo muy parecido. Miras el cerebro y la mayoría de acciones son lo mismo. Lo que pasa es que aquí se ha exagerado mucho.
Es obvio que hay diferencias y el género no es algo definido por la sociedad; no estoy yendo al extremo… Mira, tengo una anécdota muy divertida en el Kinsey Institute: estaba con un biólogo evolutivo y con un sociólogo de estudios de género que defendía que lo de los géneros es algo cultural. Dices: «¡Hombre!». Y el biólogo se reía diciendo que ya se lo había explicado un montón de veces y no le hacía caso. «Es lo que nos enseñan a nosotros», dijo el de estudios de género.
En el tema de la sexualidad, por ejemplo: de media es cierto que las mujeres quieren menos sexo que los hombres. Pero esto no es por el índice de deseo, en el que salvo trastornos estamos bastante parejos, sino porque tienen más motivos —biológicos y culturales— para la inhibición. A medida que la inhibición vaya desapareciendo, nos iremos pareciendo más todavía.
Diego Redolar nos contó que hay una pequeña diferencia entre el cerebro del hombre y el de las mujeres, y es eso lo que afecta en la conducta sexual.
Hay dimorfismo en zonas del cerebro entre hombres y mujeres. Por ejemplo, sí que se ha visto en identidad sexual; en transexuales que tienen áreas cerebrales dimórficas más parecidas al género con el que se identifican. Pero en orientación no: los gais no lo tienen diferente. Se vio algo hace tiempo, pero luego se descartó. La neurociencia del comportamiento sexual es muy nueva todavía.
El papel de la educación sexual es importantísimo en este aspecto. ¿Crees que es suficiente la educación sexual que recibimos hoy en día?
Es insuficiente. Es uno de los mensajes que más me han repetido los sexólogos, terapeutas y educadores que he conocido. Hace veinte años le podías decir a tu hijo «esto ya te lo explicaré». Pero ahora, si tú no se lo explicas, lo busca en internet, y puede encontrar cualquier cosa. Ahora más que nunca es necesaria la educación sexual que contraste la basura o la mala información que hay en internet. Yo intenté impulsar acciones en esta dirección, pero no hubo instituciones ni compañías que quisieran apoyar.
La educación sexual también es importante por la parte lúdica. Disfrutar más de nuestra sexualidad, o la multiorgasmia, o los masajes, o jugar con la asimetría en las relaciones… Hay muchas maneras de sacarle más partido a este foco de placer que es el sexo.
El cerebro es cambiante, es muy plástico y hay que moldearlo. ¿Esto también puede servir como excusa negativa para quien piensa que todo se puede reeducar, como la homosexualidad?
Sí, puede servir de excusa. Lo que pasa es que tú puedes cambiar comportamiento, pero no deseo. Pongamos un caso más extremo: la pedofilia. La inmensa mayoría de pedófilos están avergonzados de sentir deseo por los niños, sienten que tienen un problema, y querrían encontrar la manera de cambiar su deseo. Pero no pueden. Pueden contenerse, ocultar sus deseos, y no cometer nunca ningún acto sobre un niño. Pero no pueden dejar de sentir lo que sienten por muchas terapias por las que pasen.
Salvando las distancias, los gais que han pasado por terapias reparativas de homosexualidad, algunos dejan de practicar sexo con hombres y hacen vida heterosexual con mujeres. Pero internamente continúan siendo gais, continúan sintiendo el deseo por los hombres. Aprenden a reprimirlo, hasta que les genera mucho sufrimiento y explotan. Lo de intentar corregir la homosexualidad es abominable, pero además, ineficiente y lleva a más dolor.
¿Conoces algún estudio así?
En el libro entrevisté a un investigador mayor que aún vive y, cuando empezó pasantía en los hospitales, su trabajo hospitalario como psiquiatra era dar descargas eléctricas y quimioterapia a gais para cambiarlos. Estuvo varios años trabajando en eso. Y él mismo me dijo: «¿Sabes qué? No cambiaban. Ellos querían cambiar, les dabas shocks cuando veían vídeos homosexuales, y no cambiaban».
Hay muchos estudios de toda esta gente que se empezó a tratar a finales de los sesenta, principios de los setenta. Ahora ya no. En algunos sitios todavía lo hacen, pero no está normalizado.
A una madre que quiere lo mejor para su hijo, y está preocupada porque cree que su hijo es gay, yo le diría «Oye, piensa que los índices de suicidio de adolescentes gais son mucho mayores en entornos que no aceptan su homosexualidad que en entornos que la aceptan. Hay más riesgo de que se suicide si le intentas cambiar que si lo aceptas como es. Como madre, plantéatelo». Porque suicidio es la punta de lanza. Implica depresiones, malestar, conductas aberrantes… hay efectos negativos en la no aceptación de la homosexualidad.
Hay gente que dice que la homosexualidad no es natural, porque para la especie tiene que ser hombre y mujer. Pero esto es falaz, la naturaleza siempre genera diversidad y en algo tan importante como la orientación sexual es normal que haya esta diversidad. Estar en contra de la homosexualidad es ser un retrasado cultural. Hay datos de sobra suficientes para decir que estar en contra es negativo, que sí que es natural, que socialmente es bueno aceptar la diversidad.
¿Qué opinas de los libros de autoayuda?
Los libros de autoayuda a mí no me gustan, pero hay buenos y hay malos. Es verdad que la autoayuda no toda es negativa, pero hay mucha mediocridad en ese género. Creo que es peor la autoayuda que se hace en Estados Unidos que la que se hace aquí. Yo conozco a gente aquí que hace autoayuda que me gusta. En concreto tengo una persona en mente, Patricia Ramírez, que me leí un libro suyo y es muy bueno. Pero en Estados Unidos, los mensajes tipo «tú puedes ser líder», «cómo ganar un millón»… Hay estudios que han demostrado que la autoayuda genera frustración. Lo llaman unrealistic optimism. Un poco de optimismo es bueno porque es motivador, pero un exceso no realista es perjudicial, porque conduce al fracaso y la frustración.
La homeopatía de la literatura.
A mí me cansa…
Has sacado nuevo libro.
Es un libro que será parecido en formato a El ladrón de cerebros. S=EX2 La ciencia del sexo es de un tema concreto, mientras que El ladrón de cerebros es de contenidos más diversos. Y los dos han funcionado a su manera. Yo creo que los libros que realmente tienen valor son los que cogen un tema y lo explotan en profundidad.
En este tercer libro tenía dudas de si coger un gran tema y pasarme un año trabajando en él, como hice con el sexo, o si volver a juntar historias. Elegí lo segundo, pero con la temática de fondo de que la ciencia es un sentido. La ciencia es en sí misma un sentido que te permite percibir información que está en la naturaleza, y los ejemplos más claros son las conexiones entre eventos invisibles. Hablo de la edición genómica, que es algo que va a ser gordo; hablo del cerebro, que es un tema que a mí particularmente me apasiona; hay por primera vez un cierto capítulo en que hablo de escepticismo… y me mojo, diciendo que es importante que la gente tenga un pensamiento más crítico, y doy ejemplos; hay un apartado de preguntas donde planteo entre otras cosas: «Tú qué harías, ¿enviar un humano a Marte o construir un telescopio espacial más potente que pueda detectar vida en otros planetas?»; y lo planteo porque en realidad lo que se haga depende de la opinión pública, porque es dinero público.
¿Tú qué opinas?
A mí, claramente, no me interesa tanto un viaje tripulado a Marte, porque a Marte ya hemos llegado. Está la Curiosity tomando muestras. Estamos en una era donde no importa tanto la presencia física. Y el hombre ya ha llegado a Marte. ¿Llevarás a alguien de carne y hueso? No. Para mí no es tan diferente. Es un libro donde hay historias cortitas, amenas… muy parecido a El ladrón de cerebros pero con un subtema.
¿Y del nuevo programa qué nos cuentas?
Se titula El ladrón de cerebros, se emitirá en La 2, son de momento trece capítulos y es más reportajeado. No hay presupuesto como para hacerlo tipo BBC, pero hay esa intención. Los protagonistas son los investigadores a los que les robas el cerebro, y hay un personaje que soy yo, que es apasionado, es curioso, es un poco irreverente, ágil, inquieto, y se va a hablar con investigadores con una cierta ansia. ¡Cuéntame cosas! Hay una combinación de temas de ciencia en mayúsculas y una combinación de ciencias aplicadas a la vida cotidiana, y que son temas mucho más cercanos a la gente. También queremos ver la ciencia fuera de los laboratorios. No me refiero tanto a la ciencia en la calle, sino a la ciencia en las empresas. Estamos muy ilusionados. Nos hemos reducido incluso los sueldos para poder tener más grafismos y hacer más viajes. Como el pintor que compra las mejores pinturas para que sus cuadros queden perfectos.
Para acabar, ¿qué libro recomendarías para quien empieza y para interesarse en la divulgación científica?
Yo siempre cito Breve historia de casi todo, de Bill Bryson. Ya sé que es poco original, pero es que es una pasada. Para alguien que empiece, es perfecto. Pero el de Bill Bryson… yo lo leí cuando ya sabía muchas cosas y aluciné. Aunque El ladrón de cerebros también, ¿eh? [Risas]
- Texto: Inma Garrido y Jose Valenzuela (Jot Down)
- Foto: Jorge Quiñoa