octubre 13, 2015
Svetlana Alexiévich: «A Rusia volvió la época soviéta»
La autora bielorrusa y premio Nobel de Literatura aseguró que «el tercer mandato de Putin sacó al país de romanticismo de los años noventa” Sigue leyendo
“¡Qué catástrofe!”, exclama Svetlana Alexiévich, al abrir la puerta de su apartamento con vistas a un lago en Minsk. Esta vez la premio Nobel de Literatura 2015 no se refiere a las catástrofes reflejadas en su obra, como la II Guerra Mundial o la experiencia bélica soviética en Afganistán, pasando por el accidente de Chernóbil o el desmoronamiento de la URSS. Este viernes a mediodía estamos ante una “catástrofe en tono menor” entendiendo por tal el barullo en el que vive la escritora desde que le concedieron el premio, el jueves a la una de la tarde.
“Espero que exista un después de la catástrofe”, le digo tratando de conducirla a su obra. “Sí, pero esta etapa será muy larga y nadie sabe cómo va acabar”, afirma mientras entramos en la pequeña cocina, decorada con cuadros y cerámicas, que no parece haber cambiado desde que la visité en 2001, en vísperas de unas elecciones presidenciales en Bielorrusia. Catorce años después, otras elecciones, hoy, la misma cocina y el mismo presidente.
A la Nobel le preocupa Rusia. “Ya ve lo que sucede con el pueblo ruso. Se puede esperar cualquier cosa”, contesta a la pregunta sobre sus inquietudes. “Hace cinco o seis años, cuando hablaba del nacionalismo ruso nadie me creía”, dice. No obstante, puntualiza: “Tenemos varias Rusias”.
“El pueblo estaba engañado”
Alexiévich se pone a preparar café. “El tercer mandato de Putin nos ha sacado del romanticismo de los años noventa”, afirma. “Han cambiado el país, han engañado al pueblo y les es fácil orientarlo como quieren”, sentencia. “Me refiero al militarismo antioccidental”, agrega. “Cuando iba a Rusia a buscar material para mi último libro vi que el pueblo estaba engañado, que era agresivo, que eso acabaría mal, pero nadie esperaba que viéramos cómo la época soviética vuelve y se apodera del país que intentaba comenzar una nueva vida”.
“Antes la finalidad era conservar el imperio, pero no sé cuál es la lógica y los motivos de lo que sucede ahora”, dice, refiriéndose a la política exterior rusa. La inquietud de Alexiévich se debe a “lo rápido que se ha podido darle marcha atrás a esta máquina”. “En los noventa pedíamos libertad y la gente callaba. No estaba preparada para el cambio. Llegó la violencia, la degradación moral y, cuando Putin de repente apretó el botón más primitivo, el pueblo se puso a hablar y, cuando habló, a todos nos dio miedo”, afirma.
En el transcurso de la entrevista llega un diplomático alemán con fotógrafa y traductora. “Pasen por favor, pero cierren la puerta, que estoy resfriada”, les avisa la Nobel. “Perdone, que estoy en ropa casera”, se excusa. “En nombre de la Embajada alemana…”. “¿Ha recibido ya el telegrama del ministro [Frank Walter] Steinmeier?”. Sí, lo ha recibido. “He leído que va a escribir un nuevo libro”, inquiere el diplomático. Los teléfonos no paran de sonar. Los alemanes sacan la cámara: Registran la entrega de un ramo de flores a la Nobel en su recibidor. “No he dormido bien”, se excusa Alexiévich, pero ya están los flashes iluminando el vestíbulo que da paso a su estudio y a la cocina.
Svetlana Alexiévich, que viaja a Berlín este fin de semana, promete al diplomático una conversación tranquila cuando regrese a Minsk, para redactar el discurso de la ceremonia del 10 de diciembre en Estocolmo y para “el pequeño secreto” de confeccionarse ropa para el evento.
“Gute reise” [buen viaje]. El diplomático desaparece y regresamos a la cocina. Alexiévich es consciente de la responsabilidad de su discurso en Estocolmo. Afirma que está en contra de las revoluciones, que hay que encontrar un camino sin sangre y que los bielorrusos tienen una tradición de tolerancia.
Suena el timbre. Un amigo viene a llevarse los cestos de flores que van inundando el piso de la Nobel. El ministro de Exteriores de Suecia, Carl Bildt, recién llegado de su país, advierte, está esperándola. Hablamos del “mundo ruso”, del “otro mundo ruso”, del “bueno”, de aquel que sus admiradores le proponen encabezar. Conversa sobre la lengua bielorrusa, que según Alexiévich está en un gueto. “Había un liceo bielorruso, uno solo, pero Lukashenko lo suprimió y solo se licenciaron un par de docenas de personas”, afirma refiriéndose a una prestigiosa escuela fundada en Minsk para la educación en la cultura de Bielorrusia.
Los debates de Alexiévich con los sectores nacionalistas bielorrusos se han mitigado. “Antes parecía que resolviendo el problema de la lengua se resolverían todos los demás, y mientras nosotros discutíamos sobre la lengua llegó al poder Lukashenko. Siempre opiné que primero era la democracia y luego la construcción del Estado nacional, pues de lo contrario, otros llegarían al poder, y así sucedió”. Opina Alexiévich que sus obras no pueden calificarse de pesimistas, aunque “se puede decir que tenemos una cultura de dolor y tragedia, una experiencia de la vida trágica y que las víctimas y los verdugos están mezclados”.
La estudiosa del “alma humana” configurada en la época socialista pronostica que las secuelas de esa época durarán “diez años por lo menos”. Sus viajes por suexpaís (Rusia y los países de la antigua URSS) la convencieron de que “no hay ningún fundamento para el romanticismo”.
El café se queda sobre la mesa de la cocina. “Lástima. Es un café muy bueno”, dice. La Nobel se cambia rápidamente de jersey y sale al encuentro del ministro sueco.
Una vida polifónica
Academia sueca. Svetlana Alexiévich, de 67 años, ha sido la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2015 por “sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”.
Periodista y escritora, Alexiévich ha retratado en lengua rusa la realidad y el drama de gran parte de la población de la antigua URSS, así como de los sufrimientos de Chernóbil, la guerra de Afganistán y los conflictos del presente. Es muy crítica con el Gobierno bielorruso.
Nació en Ucrania y es hija de un militar soviético, de origen bielorruso. Cuando su padre se retiró del Ejército, la familia se estableció en Bielorrusia. Allí estudió periodismo, en la Universidad de Minsk, y trabajó en distintos medios de comunicación.
Se dio a conocer con La guerra no tiene rostro de mujer (1983), sobre los testimonios de las mujeres soviéticas que sobrevivieron a la II Guerra Mundial (en noviembre la editará Debate). Voces de Chernóbil está publicado en España por Debolsillo. Su último libro, El fin del homo sovieticus, lo editará Acantilado, a comienzos de 2016.}
Svetlana Alexiévich (Ivano-Frankivsk, Ucrania, 1948), ganadora del Nobel de Literatura, cree que “los seres traumatizados” que trata en sus obras son “la experiencia más dura” del socialismo en la URSS. Así lo dijo ayer la escritora y periodista bielorrusa en su primera rueda de prensa tras comunicarse el galardón. La Academia Sueca reconoce sus “escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”. Radiante y desbordada, Alexiévich advirtió de que las huellas de la URSS se van a seguir sintiendo “durante mucho tiempo” en los territorios que formaron aquel país. “El totalitarismo afecta a los verdugos y a las víctimas. Seguimos viviendo el trauma de aquel periodo, todos estamos anclados a la experiencia soviética”, afirmó. “Escribo sobre el hombre rojo, sobre la utopía que duró más de setenta años y los más de 20 años que estamos necesitando para salir de ella”, agregó.
En la redacción de la revista cultural Nasha Niva en el centro de Minsk, un espacio diminuto que fue invadido ayer por un ejército de periodistas, Alexiévich contó que estaba planchando en su domicilio de la capital bielorrusa después de llegar de su dacha (casa de campo), cuando la llamaron de la Academia Sueca. El dinero del Nobel (887.200 euros) lo destinará “a comprar libertad”, dijo la autora, quien recordó a sus maestros literarios, los escritores bielorrusos Vasili Bykov y Alés Adamóvich, ambos ya fallecidos. Puntualizó que Bykov fue clave en la determinación del enfoque documental que ha aplicado a la tragedia de Chernóbil, la experiencia militar soviética en Afganistán y los destinos humanos en la desintegración de la URSS, entre otros asuntos.
“El buen mundo ruso”
A petición de esta corresponsal, Alexiévich deslindó qué significa ser escritora bielorrusa y escritora en idioma ruso: “Amo el buen mundo ruso, el mundo ruso humanista, de la literatura, el ballet, la música, aquel ante el cual todos se inclinan, pero no me gusta el mundo de Beria, de Stalin, de Putin; ese no es mi mundo”.
Matizó que se siente como una escritora “del mundo bielorruso, de cultura rusa” y como “una cosmopolita que mira el mundo como un enorme espacio cósmico”. “Después de Chernóbil uno no puede sentirse sólo bielorruso, sino que se siente como el erizo, el conejo, el manzano, como parte de la naturaleza. Es una sensación muy fuerte”, explicó, refiriéndose a la experiencia del accidente de 1986 en la nuclear ucrania, cerca de Bielorrusia.
A pesar de sus enfrentamientos con el régimen de su país —desde hace 25 años ninguna editorial oficial publica sus libros— el presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko, le felicitó, aunque tardó varias horas para hacerlo desde que se hizo público el galardón. “Su arte no ha dejado indiferente ni a los bielorrusos ni a los lectores de todo el mundo”, reza el mensaje del mandatario.
La autora, que tiene raíces bielorrusas, ucranianas y rusas, pasa largas temporadas en el extranjero y es muy crítica con el presidente de su país Alexandr Lukashenko, que el domingo tratará de legitimar en las urnas el cargo que ocupa desde 1994. Alexiévich dijo que no iba a votar porque, aseguró, “ya sabemos quien ganará”, pero defendió la candidatura a la presidencia de Tatiana Korotkevich por ser una mujer que podría dar “un giro novedoso a la política del país”.
La Nobel se confesó también decepcionada con la oposición bielorrusa y con el pueblo “por no haberse despertado todavía”. Alexiévich se mostró en contra de la base militar que Rusia planea instalar en Bielorrusia. “No necesitamos la base aérea, pero temo que la establecerán, porque no veo fuerza ni recursos en Lukashenko para oponerse, y no veo la fuerza de resistirse en la sociedad, que, por desgracia aceptará todo lo que proponen los dirigentes”. Alexiévich se compadeció de su presidente: “Quería separarse de Rusia, pero no le dejarán. Le retiene su pasado, no conoce otras reglas de juego, y le retiene Putin, que tiene mucho instinto político y no le dejará marchar”.
La escritora exhortó a sus conciudadanos a asumir sus responsabilidades. Declarándose “en contra de la revolución” y “en contra de que se pierda una sola vida”, exhortó a buscar “el gandismo” bielorruso. “Quiero creer que la persona cambia, pero los sucesos en Donbás y en Odessa me asustaron y vi cuán rápida se evapora la cultura y aparece la fiera en el hombre”, dijo. “Los ánimos antioccidentales que existen ahora en Rusia desaparecerán con los líderes actuales. En el pueblo de Bielorrusia y en el de Rusia no hay odio a Europa, es una espuma creada por los políticos que encuentran jóvenes que quieren jugar su juego. No es profundo, pero esta época durará mucho tiempo. Fuimos ingenuos en los noventa cuando creíamos que pronto seriamos libres”, opinó. Svetlana considera que la salvación de Bielorrusia está en volver el rostro hacia la Unión Europea, “pero no la dejarán”, remachó.
- Texto: Pilar Bonet (El País)
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