julio 31, 2015
La UTA que los parió
El conflicto de la línea 60 de colectivos expuso una vez más la crisis de representación sindical y la falta de democracia interna en los gremios. Sigue leyendo
El conflicto de la línea 60 demostró que la crisis de representación sindical es un signo de estos tiempos.
La lupa ahora está puesta sobre la Unión Tranviaria Automotor (UTA), el gremio de los colectiveros que lidera el inefable Roberto Fernández.
Se trata de un sindicalista que no se puso al frente ni a la retaguardia de la lucha. Por el contrario, en complicidad con la empresa, arropó al puñado de choferes que decidió hacer exactamente lo contrario a lo votado por la mayoría de sus compañeros.
Es curioso que en un ámbito donde suele echarse abundante mano a las frases de Perón se olviden de aquella de fuerte imperativo moral que dice «con los líderes a la cabeza o con la cabeza de los líderes».
Los gurúes del liberalismo suelen trasladar a la organización gremial los descalabros de la conducción ¿Para qué hacer distingos cuando el propósito es quitarse del medio cualquier obstáculo hacia sus planes de ajuste? Por su puesto que el problema no es la asociación democrática de los trabajadores sino un sistema vetusto que lleva a sus representantes a una concentración de poder impúdica.
Muchos jefes gremiales de los noventa y otros que combatieron las políticas de aquella década, como Hugo Moyano, terminaron manejando negocios millonarios generados desde sus lugares de mando.
Esta corporación de sindicalistas-empresarios siempre se mostró reticente a cualquier cambio que pudiera poner en riesgo su hegemonía. Y el que mejor lo sabe es Facundo Moyano, un dirigente de la propia entraña que fue duramente interpelado por los compañeros de su padre cuando buscó democratizar la vida interna de los gremios.
Hace más de un año, el hijo del camionero propuso que cualquier afiliado pueda competir por la conducción de su gremio, sin necesidad de avales ni antecedentes como delegado.
La iniciativa iba contra esos y otros requisitos restrictivos que en la práctica sólo los oficialismos pueden cumplir, como la exigencia de postular candidatos que cubran la totalidad de los cargos electivos del país.
Esos cambios, que Moyano hijo transformó en un proyecto de ley, hubieran permitido la participación en elecciones, en mayor igualdad de condiciones, de sectores disidentes, históricamente silenciados o relegados por no contar ni con los recursos ni la propaganda de la conducción de turno.
El escrito también promovía que la junta electoral surja de una asamblea, que todos los trabajadores accedan a los padrones y que se establezca un cupo femenino obligatorio, tres tópicos que generan resistencia en casi todas las organizaciones, caracterizadas por conducciones verticales, cerradas y que aún exhiben una sorprendente impronta machista.
El proyecto, aunque incompleto (ya que, por ejemplo, no terminaba con las reelecciones indefinidas) buscaba dar respuesta a un proceso de crisis de legitimidad de la dirigencia sindical.
La resistencia a los cambios -¿hace falta decir que la iniciativa del hijo diputado de Moyano, como tantos otros en ese sentido, duerme el sueño de los justos en el Congreso? -no hizo otra cosa que profundizar esa crisis.
Lo que sucede en la UTA es un botón de muestra. El gremio perdió no sólo la ascendencia sobre parte de sus trabajadores sino también su representación. Es el caso de los metrodelegados del subte.
En la línea 60 hay un quiebre de hecho. Fernández no estuvo de cuerpo presente en los cortes de la Panamericana ni condenó la actuación de la Gendarmería, que reprimió a los colectiveros con gases y balas de goma sin que se iniciara ninguna instancia de mediación.
Para peor, el ubicuo sindicalistas apareció en los medios repitiendo el discurso patronal con exigencias de mesura para los choferes. Toda una paradoja de un dirigente que un mediodía del año pasado dispuso un paro sorpresivo poniendo a sus representados en el blanco de las quejas de millones de porteños y bonaerenses.
¿Sabrá Fernández el enorme costo que significa dejar a la deriva a quienes tiene la obligación de defender, o, para decirlo de otra manera, de dejar de representar a sus representados? ¿Registrará que se trata de la misma contradicción que parir a sus propios enemigos?
- Texto: Diego Schurman (Infonews)
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