mayo 17, 2021

Innerarity: “Las situaciones de excepción no suspenden la democracia deliberativa”

Aun en medio de una emergencia como la pandemia, la limitación de las libertades es siempre lamentable, dice el filósofo español Daniel Innerarity Sigue leyendo

La soledad y la reclusión que impuso la pandemia de coronavirus no fueron un padecimiento para Daniel Innerarity. Al contrario, resultaron compañeros ideales para dedicarse a pensar, como comenta en el prólogo de su último libro, Pandemocracia. Una filosofía de la crisis del coronavirus (Galaxia Gutenberg), que escribió en una casa de un pueblo de Navarra donde pasó el confinamiento cuando irrumpió el virus.

En un escenario de “desgracia colectiva”, como califica la crisis sanitaria, este filósofo nacido en Bilbao en 1959 buscó oxígeno en ideas nuevas alrededor de los problemas que hoy enfrentan las democracias y en la mejor forma de encarar un presente cargado de incertidumbre. Tras una primera sensación de impotencia, desde su aldea reflexionó sobre la necesidad de fortalecer instituciones transnacionales y robustecer formas de inteligencia cooperativa.

Catedrático de filosofía política, investigador en la Universidad del País Vasco, director del Instituto de Gobernanza Democrática y profesor del Instituto Europeo de Florencia, Innerarity fue incluido por Le Nouvel Observateur entre los 25 mayores pensadores del mundo. Su último libro, publicado en España el año pasado, explora la pandemia global y el mundo que prefigura desde múltiples perspectivas. “Se da la paradoja de que un riesgo que nos iguala a todos revela al mismo tiempo lo desiguales que somos, provoca otras desigualdades y pone prueba nuestras democracias”, sintetiza, como para entrar en el asunto.

Para este intelectual español es indispensable comprender los elementos clave de la política actual (el financiero, el constitucional, el comunicacional y el ambiental), que se desenvuelve en una era de mayor complejidad –a causa de la gran cantidad de actores interdependientes– y de lógicas específicas (eficacia, legitimidad, solidaridad y prevención). Esta tesis fue desarrollada en sus últimos libros: La democracia en Europa (2017), Política para perplejos (2018), Comprender la democracia (2018) y Una teoría de la democracia compleja (2020). “Los modos actuales de gobernar son claramente insuficientes en el mundo que vivimos”, afirma Innerarity.

–Vivimos un mundo de especialistas y de rápido acceso a la información, y aun así, como sostiene, no estamos preparados para gestionar problemas complejos. ¿Esta imposibilidad es propia de nuestra naturaleza o de esta crisis en particular?

–Los seres humanos tenemos una dificultad para hacernos cargo de fenómenos complejos. Tenemos un cerebro acostumbrado a simplificar excesivamente; hemos salido de la era industrial con un cerebro de la prehistoria, es decir, programado para pensar linealmente, en cadenas causales aisladas. Por si fuera poco, la crisis presente tiene lugar en un momento de desorganización de la vida, crisis climática, descomposición social acelerada, descrédito de los gobiernos y sistemas políticos, fragilidad financiera, todas dinámicas que se refuerzan entre sí y que crean una extrema vulnerabilidad. Nos encontramos en una situación de crisis estructural permanente, donde toda estabilidad no es más que una apariencia o un intervalo en medio de una creciente inestabilidad.

–¿Cómo pasamos de la sociedad de la información a la sociedad, como usted describe, del desconocimiento?

–La sociedad del conocimiento ha hecho una transformación radical de la idea de saber, hasta el punto de que hoy cabría llamarla “la sociedad del desconocimiento”, es decir, una sociedad que es cada vez más consciente de su no-saber y que progresa, más que aumentando sus conocimientos, aprendiendo a gestionar el desconocimiento en sus diversas manifestaciones: inseguridad, riesgo e incertidumbre. Hay incertidumbre en cuanto a los riesgos y las consecuencias de nuestras decisiones, pero también una incertidumbre normativa y de legitimidad.

–¿Me podría dar un ejemplo de esta crisis de legitimidad?

–La mayor parte de las decisiones relativas a la pandemia han sido adoptadas sin la posibilidad de disponer de toda la información, en medio de mucha incertidumbre. Hemos de aprender una nueva gramática de gestión de los riesgos. El ejemplo del corte en la distribución de algunas vacunas que daban índices de riesgo reducidísimo pone de manifiesto que seguimos presas del sesgo cognitivo en virtud del cual pesa más nuestro miedo a un riesgo, aunque sea mínimo, que el beneficio amplio. Los gobiernos prefieren cargar con los muertos que produce un retraso en la vacunación que con la responsabilidad de distribuir una vacuna que tiene esos riesgos mínimos.

–Destaca el concepto de humildad, a través de las ideas de Sheila Jasanoff, académica estadounidense de origen indio. ¿Qué aprendió el político humilde, aquel que quiere aprender?

–Saber lo que vamos a aprender tras una crisis es imposible; si ya lo sabemos, no necesitamos aprenderlo; y si lo vamos a aprender es que ahora no lo sabemos. Pero hay algo seguro: quienes menos aprenden son quienes dan lecciones. Querer tener razón siempre es incompatible con el aprendizaje.

–¿Hay algún político o líder actual que considere humilde? ¿Y en el pasado?

–Más que el ejemplo de una persona, daría el ejemplo de una actitud: la de pedir perdón, como hizo hace poco Angela Merkel. Los manuales convencionales de liderazgo dicen que hay que mostrarse seguro, no dejar pasar oportunidad de denigrar al adversario, cooperar solo cuando sea imposible competir, no reconocer errores y nunca pedir perdón. Pero puede que haya una oportunidad de gobernar desde la discreción y la modestia, y que incluso pueda ser recompensada por la sociedad. Sin embargo, uno de los problemas de la política actual, tan acelerada, es que apenas concede segundas oportunidades. Genera políticos ansiosos que temen no ser perdonados si reconocen sus errores.

–¿Qué aprendimos los ciudadanos? Y, si no aprendimos nada, ¿nos convertimos en ciudadanos más indignados que antes de la pandemia? Pienso en escándalos de políticos que se vacunan cuando no les corresponde, en España o en la Argentina, por ejemplo, o bien en líderes que no gestionan bien las crisis.

–En torno de una pandemia, como de cualquier crisis grave, se forma un coro de los que sabían cuando nadie sabía y saben ahora cuando todavía no sabemos. Si acusamos a quienes toman las decisiones políticas de actuar incorrectamente cuando no tenían la información necesaria, por mucha retórica adornada de modestia que utilicemos, estamos adoptando una posición de arrogancia implícita: acusamos sobre el supuesto de que presumimos que ellos sabían y no querían. Una acusación de ese estilo revela que no hemos comprendido que la actuación en problemas complejos supone un conocimiento escaso y una información incompleta. Nuestro esfuerzo debería concentrarse en hacer compatible la exigencia de una gestión responsable con el reconocimiento de que representantes y representados actuamos siempre con un saber insuficiente.

–Sostiene que esta crisis no significa el fin del mundo, sino el fin de un mundo. ¿Cómo imagina el mundo tras la vacunación? Algunos pensadores consideran que esta crisis significa el fin del capitalismo. ¿Está de acuerdo?

–El mundo tras la pandemia es difícil de anticipar, pero podemos suponer que entramos en una era de mayor incertidumbre. Estamos atravesando una época histórica de gran volatilidad, en medio de transformaciones geopolíticas cuyo resultado es difícil de adivinar. La creciente fragilidad social nos somete a tensiones para las cuales la vieja mecánica de la represión y la revolución son de una lógica elemental. Interacciones complejas, desarrollos exponenciales, fenómenos emergentes, turbulencias, inabarcabilidad y cambios discontinuos caracterizan nuestra época hasta niveles incomparables con otros momentos de la historia. En este contexto, pensar que el capitalismo va a implosionar de una manera catastrófica es, según se mire, un buen deseo o un ejercicio de simplicidad.

–¿Qué impacto psicológico deja la pandemia en los niños y en los jóvenes?

–Haberles privado de unos meses de escolarización aumentará la desigualdades entre ellos y les habrá impedido hacer los aprendizajes para los que el hogar no es un sustituto completo, especialmente, para la convivencia en la diversidad. No sabemos hasta qué punto una sociedad como la nuestra se enriquece por el hecho de que no vivamos en círculos sociales estrechos. La escuela es la primera institución que permite que los contactos sociales no se reduzcan a la propia familia, nos abre a experiencias de diversidad y contraste, es el lugar donde se aprende a sobrellevar la indiferencia y gestionar los primeros conflictos. Pese a los elogios que recibe ahora la enseñanza telemática, tal vez empecemos a echar de menos la igualdad de la escuela presencial, con idéntico pupitre y la misma conexión a internet, donde se mitiga la brecha digital. De la escuela al mercado, hay en la sociedad moderna un conjunto de instituciones que nos han dotado de una libertad que hubiera sido imposible alcanzar en el círculo familiar o en la sociedad tribal.

–La pandemia deja en evidencia los errores del populismo. Sin embargo, ¿es posible que algunos populismos se vean fortalecidos por la crisis?

–Todo dependerá de la duración de la pandemia y de sus costos en términos de crisis social y económica. Si las cosas van relativamente bien, el populismo habrá sufrido un duro golpe al evidenciarse su incapacidad para gestionar la crisis. Si se resuelve mal, el populismo puede tener una segunda oportunidad, a lomos de una rabia social para la que no ofrece ninguna verdadera solución.

–¿Qué efecto tiene el actual ecosistema mediático en la polarización de las sociedades? ¿Cómo aprovechan los líderes autocráticos este escenario?

–Hay dos factores que explican que nuestra época se haya vuelto tan locamente crédula: los múltiples peligros que nos amenazan y la desregulación del mercado cognitivo como consecuencia del cortocircuito que internet ha producido en las instituciones del saber. La nivelación de las opiniones en la red priva al espacio del discurso de sus normas racionales de validación. Vivimos en una especie de tribalismo epistémico en el que visiones del mundo completamente distintas coexisten de mala gana sin puentes ni traductores. Los liderazgos autoritarios se aprovechan de esta circunstancia; la mejor manera de compartirlos no es practicando una especie de sectarismo inverso, sino poniendo en valor lo que tenemos en común.

–¿Hay modo de revertir el deterioro que causan los populismos en las democracias republicanas?

–La reconstrucción democrática y no nostálgica de un sentimiento de pertenencia a una comunidad unida, diversa y abierta es una de las grandes tareas de nuestra época. Se podría inspirar en dos afirmaciones que estuvieron en el centro del discurso de Joe Biden a la nación norteamericana el pasado 7 de noviembre, cuando aseguraba que el odio civil no es solamente un hecho sino también una elección: “El rechazo de los demócratas y los republicanos a cooperar unos con otros no es el resultado de una fuerza misteriosa que estuviera fuera de nuestro control. Es una decisión, algo que elegimos. Y si podemos decidir no cooperar, podemos decidir cooperar”. La lucha contra el odio comienza a nivel de lo que Biden llama “el alma de América”, en el trabajo de cada uno y de la colectividad por recuperar los valores constitutivos de la democracia, que no es algo solamente procedimental sino sustancial: el ideal universal de una sociedad de iguales que se encarna en las naciones particulares.

–En casos más extremos señala que hay “coronadictaduras” que acentúan democracias iliberales con poblaciones atemorizadas. ¿El estado de excepción es utilizado en ocasiones para distraer a la población y avanzar sobre el sistema republicano?

–Las situaciones de excepción no suspenden la democracia ni su dimensión deliberativa y polémica. El pluralismo sigue intacto y el normal desacuerdo social continúa existiendo aunque su expresión deba estar condicionada a facilitar el objetivo prioritario de la urgencia sanitaria. Una limitación de las libertades es siempre lamentable y solo se puede justificar como medida temporal. Una democracia constitucional institucionaliza la desconfianza hacia cualquier extensión de las prerrogativas del poder, porque éste suele estar tentado a quedarse con ellas.

–Distingue la izquierda de la derecha a partir de distintas valoraciones que cada una realiza. Cuando sus planteos se vuelven radicales, ¿cómo alejarse de los extremos y buscar una convergencia?

–La política democrática no puede producir cambios en la realidad social sin algún tipo de cesión mutua. Si los acuerdos son importantes es porque las consecuencias de no alcanzar acuerdos son muy graves. Fundamentalmente, asientan el statu quo. Más que nunca, hoy no nos podemos permitir la paralización porque los costos de retrasar las decisiones oportunas son muy elevados.

PERFIL: DANIEL INNERARITY

▪ Nacido en Bilbao en 1959, Daniel Innerarity es catedrático de filosofía política y social, investigador en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática.

▪ Doctor en Filosofía, amplió sus estudios en Alemania, como becario de la Fundación Alexander von Humboldt, Suiza e Italia. ▪

Entre otros libros, escribió Un mundo de todos y de nadieLa democracia del conocimiento ( Premio Euskadi 2012); La humanidad amenazada: gobernar los riesgos globales (con Javier Solana); La democracia en Europa y Política para perplejos

▪ Es colaborador de opinión en El PaísEl Correo/Diario Vasco y La Vanguardia. La revista francesa Le Nouvel Observateur lo incluyó, en 2004, en una lista de los 25 grandes pensadores del mundo.

  • Texto: LAURA VENTURA (LANACION.COM.AR)
  • Foto: PABLO LASAOSA
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