febrero 1, 2021

Gerónimo Frigerio «Si no se piensa en clave de futuro, el caos social será muy grande»

Abogado especializado en proyectos de desarrollo, Frigerio afirma que la digitalización y la reducción de las burocracias estatales son la llave para que América Latina combata con éxito la pobreza Sigue leyendo

No importan las épocas, ni los contextos. Tampoco los signos políticos de los gobiernos de turno. El análisis histórico y la experiencia comparada demuestran que, a lo largo de las décadas, América Latina ha fracasado en su objetivo de construir un modelo de desarrollo económico y social sostenible que resuelva el drama de la pobreza y el desempleo, y saque a la población de la informalidad. ¿Cómo se sale de este largo atolladero? Se deben simplificar las reglas para que cualquier actividad productiva sea menos costosa y más sencilla.

De esto se ocupa Simple (Sudamericana), el libro que acaba de publicar Gerónimo Frigerio y que propone medidas prácticas para que las MiPyMES (micro, pequeñas y medianas empresas), un entramado que representa a casi el 90 % del sector privado en la región y que tiene crecimiento escaso y empleos de mala calidad, liberen y potencien su músculo productivo. «Menor tiempo, menor costo y menor complejidad en todo el ciclo de vida de un actor privado en la gestión de su negocio. La eficiencia no es de izquierda o de derecha, es eficiencia. Se trata de optimizar un modelo productivo con base en lo que hoy está atorado, que es la creación de empleo», dice el abogado con más de 20 años de experiencia en el diseño y la ejecución de proyectos de desarrollo económico y social en distintos países de América Latina.

Hoy, a lo largo de toda la región, la complejidad de las leyes y sus reglamentaciones se combina con una regulación excesiva y errática, y trámites interminables que desalientan cualquier negocio o emprendimiento. Esta realidad sigue generando informalidad, desempleo y, por lo tanto, pobreza. «Por eso, tenemos que avanzar a un Estado simple y digital que ayude a volver a la formalidad y ayude a las MiPymes a prosperar», agrega quien se desempeñó en el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y en la actualidad es director general de gf Consulting Group, una consultora que asesora gobiernos, empresas y organismos multilaterales de crédito.

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Aunque las cifras de pobreza ya eran alarmantes, el tsunami de la pandemia las dejará en niveles inimaginables. «Las proyecciones dan incrementos sin precedentes. Son tiempos extraordinarios que permiten reinventarnos. Es tiempo de que esta generación haga algo por las generaciones que vienen. Ayudémonos, ayudémoslas y hagámosles la vida más simple. Porque si no se piensa con cabeza de futuro, la pobreza y el caos social que va a venir es muy grande».

Usted toma a América Latina como un bloque a pesar de las singularidades de cada país. ¿Qué es lo que ve en común que permite hacer un planteo general?

No desconozco que los países tienen sus particularidades, y dentro de los mismos países, regiones y ciudades hay situaciones diferentes. Cuanto uno más viaja, más entiende de esas diferencias. Pero si uno lo mira en perspectiva, desde México hacia abajo nos ven como una región homogénea. Nos ven como la misma región para hacer negocios, ven los mismos problemas y riesgos similares. La herencia del proceso colonial hizo que tuviéramos las mismas reglas, la misma evolución y los mismos problemas. Esas malas reglas evolucionaron en instituciones burocráticas y eso derivó en una mala cultura para hacer negocios. No desconozco que después hay elecciones de modelos políticos distintos, lo que digo es que hay puntos en común de México a Argentina y Chile que nos hermanan como región. Excluyo al Caribe porque no es lo mismo que América Latina. Latinoamérica tiene problemáticas comunes, desafíos compartidos y un destino conjunto para los próximos 200 años.

¿Qué es lo que hace que América Latina se haya convertido en una fábrica de pobreza?

Cuando estudia los indicadores, van de la mano pobreza, informalidad y desempleo. No desconozco otros indicadores que son significativos como la desigualdad y la educación. Además de las cifras actuales de CEPAL, tomé la teoría de Hernando De Soto, el economista peruano que identificó los cuellos de botella hace 20 años y decía que con esos cuellos de botella es muy difícil progresar. También tomé el proyecto Doing Business del Banco Mundial, de hace 20 años, en el que yo trabajé junto con Simeon Djankov. ¿Qué fue lo que se hizo? Se mapeó el clima de inversiones y se advirtió que los países que regulan mal no crecen y los países que regulan bien crecen, crean empleo y sacan a la gente de la pobreza. Otro tema que aparece en es un proyecto del BID que tiene que ver con el fin del trámite eterno: América Latina sigue haciendo trámites interminables, la mayoría de ellos, presenciales. Esto no solo no ha mejorado, ha empeorado. Entonces la pregunta es, ¿cómo se puede simplificar esta agenda de desarrollo que está afuera de la agenda de los países? Por eso hablo de una solución simple y digital.

¿Puede haber una regulación intensa que sea virtuosa o la sobrerregulación es necesariamente una mala?

La excesiva regulación es mala y si además se hace erráticamente, peor, porque se presume que todos conocen las reglas. Hay miles de reglas y leyes, que a su vez son reglamentadas y en general desconocidas hasta por los mismos profesionales de cada sector. Todo eso termina empujando a la informalidad. Hay tres variables básicas: tiempo, costo y complejidad. ¿Con qué tiempo interactuás con el Estado? Si el tiempo es alto, hay una barrera de entrada. ¿Con qué costo? Cuando hay que pagar, lo que para algunos puede ser barato, resulta carísimo para una persona que está en la extrema pobreza o informalidad. O sea que el costo es una limitante del ingreso a la formalidad. En países con alto porcentaje de pobreza debemos hacer que el pasaje a la formalidad sea a costo cero. Y el último, la complejidad: estamos casi entrenados para poder entender múltiples trámites y procesos. Es necesario que la gente pueda hacerlo en su versión más fácil y eso hoy es el teléfono. ¿Cómo no hablar el idioma de los más jóvenes, que en un par de años van a ser la mayoría de la fuerza laboral? Estamos en un punto bisagra entre una vieja generación que no le va a dejar a la nueva ningún país de América Latina desarrollado y que el mejor legado que puede dejar son buenas reglas que permitan construir una institucionalidad digital. Estonia es un buen ejemplo. No digo que tenemos que hacer todo lo que Estonia. Lo único que aprendí en estos 20 años es que cada uno lo tiene que hacer con su propia identidad.

El permanente cambio de reglas se asemeja a un GPS que siempre está recalculando y no termina de llevar a ningún lado. En ese contexto, tampoco hay incentivo para cumplir las reglas.

Exacto, porque aunque uno quiera cumplir las reglas, nunca termina de entender si las entiende, si son transitorias o van a cambiar. La cultura de hacer las cosas difíciles no arranca únicamente en el Estado, es cultural. Por eso el desafío cultural de América Latina es cómo hacer que las cosas sean más fáciles, más simples. Nosotros tenemos una realidad que es compleja, pero las soluciones que propone también son complejas. El debate en América Latina, y esto lo digo en genérico, sigue siendo en torno al rol del Estado, a un Estado omnipresente y regulador de todas las áreas de la economía. Y aunque haya fracasado, porque no hemos parado de generar pobreza, el debate no evoluciona. Cambiemos el debate y que el Estado, en lugar de estar en una situación de poder, por encima del privado, se ponga al servicio del privado. La política, en lo que tiene que ver con la regulación del sector privado, tiene que estar al servicio.

En el libro hace hincapié en el universo de las MiPyMES. ¿Por qué?

En general, las políticas de Estado de América Latina empujan al 1% de las grandes empresas: empresas mineras, extractivas, de petróleo. Ese 1% le aporta el 75% al Estado. Desde el aspecto recaudatorio el 1% resulta muy práctico: pocos líderes empresariales cubren los recursos fiscales, y sobre eso se redistribuye.

¿Y cuánto representan las MiPymes en América Latina?

Es el 87%. En América Latina el sector privado es prácticamente sinónimo de MiPyME: son emprendimientos unipersonales o de estructuras muy chicas que no pueden contratar contador, abogado, escribano. Si uno las ayudara bajando el tiempo, el costo y la complejidad para ingresar a la formalidad, ¿cuánto más podrían crecer? Hay que ayudarlas para que puedan hacer todo en el teléfono celular, que puedan abrir una empresa, cerrarla, contratar y echar, importar y exportar. Incluso habría que aceptar que la realidad de decisiones de esas pequeñas empresas excede a la lógica del Estado. Y con esto no hablo de flexibilización sino de hiperflexibilización, hablo de un mundo que es distinto al que conocimos hasta acá. Entonces, no digo cambiar todas las reglas: dejemos al 1% con las mismas reglas ineficientes, con impuestos ineficientes, con el sistema sindical ineficiente, pero simplifiquemos y hagamos que 900 millones de personas se inventen su propio trabajo, porque no van a tener currículum para mandar a ningún lado.

Usted parece dejar todo librado al mercado, pero el Estado tiene que disminuir asimetrías y proteger a los más vulnerables. ¿Cuál es la presencia ideal del Estado?

Si seguimos insistiendo con esa receta por los próximos 50 años después de haber generado un tercio de pobreza, podemos calcular cuanta más pobreza podemos generar en los próximos 50 años. Entonces, esperemos 100 años completos para confirmar que la idea no funciona. Después de una pandemia con 20 Estados en América Latina que están desfinanciados, quebrados, sin ideas, apostemos a que en lugar de 20 ministros de Economía, el 1% de las empresas y algunos unicornios sean millones de personas las que puedan emprender con simpleza en un sector privado mucho más modesto pero más realista. ¿Cuál es la regulación inteligente? Aquella que no necesita interactuar con el Estado en papel, no necesita ver al funcionario público, aquella en la que el Estado anticipa los derechos y las necesidades de los individuos del sector privado, aquella donde desde la comodidad de un teléfono celular se puede resolver el 100% de los trámites, aquella yo me pueda ir del mercado si me fue mal, aquella donde pueda contratar y echar según las necesidades que yo tenga, aquella que no me condene a tener juicios que duren décadas y que yo pueda poner mecanismos alternativos de resolución de conflictos que me permitan consensualmente destrabar temas que me permitan seguir operando en la formalidad, que me permitan tener impuestos que yo pueda calcular con un número redondo y me permitan justamente cubrir lo que yo tengo que pagar, y que sea razonable con lo que pude generar.

En la región fallaron en mayor o menor medida tanto los gobiernos neoliberales como aquellos con más presencia estatal. ¿Su solución está más emparentada con una política neoliberal?

Usted lleva el diálogo a lo ideológico. El «socialismo del siglo XXI», el de Venezuela, fracasó, porque hoy hay una crisis humanitaria sin precedentes que afecta no solamente a Venezuela sino a los países vecinos. Ahora, el capitalismo en su mejor versión latinoamericana, que puede ser la de Chile, también fracasó. Chile puede haber tenido modestos avances, pero no resolvió el tema de la pobreza, no generó reglas para el desarrollo del sector privado en su sector MiPyME y la capacidad de los pequeños emprendedores no está en todo su potencial. Si lo comparamos únicamente con América Latina, sí, le fue mejor; pero si lo comparamos con lo que es el mundo y todo lo que podría haber hecho, el avance es muy modesto. Ni Chile, ni Perú, ni Paraguay, ni Uruguay ni Panamá realmente soltaron el potencial del sector privado. Todos tienen las mismas reglas y los mismos limitantes. Quizás para Chile sea más fácil que para Venezuela dar ese paso, pero hay un punto que es clave: la eficiencia no es de izquierda ni de derecha, la eficiencia es eficiencia. Menor tiempo, menor costo y menor complejidad en todo el ciclo de vida de un actor privado en la gestión de su negocio puede convivir tanto con la ideología socialista como con la ideología capitalista. Se trata de optimizar un modelo productivo con base en lo que hoy por hoy está atorado, que es la creación de empleo.

Algunos trabajos sostienen la alta presión impositiva no necesariamente desalienta las inversiones y lo que genera un mal clima de negocios es la imprevisibilidad. ¿Coincide?

No coincido con esa mirada porque se trata de pensar todo el ciclo. Si pasar a la formalidad es fácil pero salir es difícil, no sirve. Si entrar es fácil, salir es fácil, pero los impuestos son altos, tampoco sirve. Si entrar es fácil, exportar es fácil pero importar es difícil, tampoco sirve. Uno tiene que entender que todo el ciclo de vida debe tener las mismas características. En donde haya una trampa aparece un incentivo para salir de la formalidad. Lo que yo planteo es que regular económicamente bien al sector privado implica acompañarlo en la totalidad de sus acciones, incluidos los impuestos. Uno puede aprender las complejidades, eludirlas o tomar atajos, pero a la larga no dejan de desincentivar la inversión, la generación de riqueza y la creación de empleo.

¿El cambio cultural empieza por el cambio de reglas?

Sí, el cambio de una cultura es más difícil que las reglas, pero se empieza por las reglas: reglas simples y una institucionalidad digital donde puedas darle el servicio total a ese privado. Y después la cultura va a acompañar. Tenemos un debate antiguo que ya fracasó. En tiempos de pandemia, ese diagnóstico se nos hizo evidente a todos y ahora tenemos la oportunidad de aprender de nuestros fracasos. Somos latinoamericanos aunque cada uno se sienta de su país. ¿Por qué? Porque tenemos reglas, problemas y desafíos compartidos. El tiempo de cambiar es ahora aunque no queramos. ¿Por qué? Porque la pandemia nos puso en evidencia la pobreza y la pobreza es una realidad que nos afecta a todos. Será incómodo, pero es tiempo de esta generación haga algo por la generación que viene. Ayudémosla, apostemos al potencial de las generaciones que vienen y hagámosle la vida más simple.

Usted propone una solución que hace foco en la simpleza. ¿Por qué cree que esto no se hizo nunca?

La aversión al cambio es parte de nuestra cultura. Nosotros nos manejamos con lo que conocemos y hay tradiciones que son así y que se sostienen. Cuando Hernando de Soto dice «es bueno darle derechos de propiedad a los informales, porque si tienen su derecho de propiedad pueden acceder al crédito y hacen de su capital muerto un capital vivo», lo que primero intenta hacer es impulsar una reforma en Perú; y lleva el proyecto de ley, que era muy bueno. Cuando llega al Congreso, los distintos lobbies e intereses presionaron para que no suceda y el Estado en algún punto cedió, porque la reforma no se hizo como se podría haber hecho o no tuvo el impacto. Entonces, la idea puede ser correcta pero la implementación es difícil por la aversión al cambio y porque afecta intereses concretos. Lo que tiene de bueno esta pandemia es que los intereses están más destruidos que nunca.

¿En qué sentido?

En que todos tenemos que reinventarnos en este escenario literalmente extraordinario: ninguno se imaginó que podía pasar algo tan disruptivo como esta pandemia. Va a ser disruptivo en lo económico y probablemente el reacomodamiento de esto dure muchos años, pero si no se piensa con cabeza de futuro, la pobreza y el caos social que van a venir son muy grandes. Entonces, los políticos van a ser los primeros que tendrán que explorar por dónde hacer reformas.

Eso supondría hacer algo que pocos están dispuestos a hacer: perder en el corto plazo para ganar en el mediano y largo plazo.

Pero también es cierto que como nunca antes prácticamente toda la ciudadanía está fuera de eje por el efecto de la pandemia, en un estado de alerta y fatiga colectiva inusual; y yo creo que es momento de que los que más estudiaron estos temas puedan ofrecer soluciones bien concretas y profesionales. Si 20 países fracasaron en encontrar un modelo de desarrollo económico y social como región, si en los últimos 50 años tuvieron dificultad para erradicar o resolver el tema de la pobreza, ¿cómo no pensar distinto en un escenario extraordinario? El tiempo extraordinario requiere de actitudes extraordinarias. No podemos seguir haciendo lo que siempre hicimos; y encima nos fue mal. Se requieren liderazgos con convicción, que aprendan del pasado y adviertan que hay poco tiempo para debatir cuál es la solución perfecta. Hay que trabajar con estos actores, en este tiempo extraordinario porque el pasado no va a volver como lo conocimos. Todos vamos a tener que adaptarnos para ser la mejor versión de América Latina. Estamos llenos de derechos declarativos, nos hemos aliado a convenciones globales europeas con estándares que no podemos cumplir y se firman documentos que de entrada tienen estándares que no podemos observar. Esos estándares internacionales pueden servirle a otros países pero nosotros estamos muchos escalones abajo, hagámonos la vida fácil a nosotros mismos y después vemos qué hacemos y qué no, pero en lo que tiene que ver con América Latina, pensemos con cabeza de 650 millones.

  • Texto: Astrid Pikielny (LANACION.COM.AR)
  • Foto: Alejandra Lopez
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