octubre 19, 2020
El “no odio” como significante
Por Diana Wang Sigue leyendo
Basta decir “no pienses en un elefante” para que se nos aparezca la imagen de uno. El inconsciente es incapaz de reconocer el no; todo lo que se diga, sea cual sea la partícula que lo preceda, lo leerá como positivo.
Los publicistas, los comunicadores y los políticos avezados lo saben muy bien. La palabra instala la idea, de modo que si quieren evitar que alguna idea quede instalada se evita su mención. Cuando pensamos, movemos ligeramente los músculos de fonación de aquellas palabras que estamos pensando y se encienden en el cerebro las zonas correspondientes a esos sonidos. Toda palabra que denomina un objeto instala la imagen de ese objeto tan persistente como esas melodías pegadizas que a uno no se le van de la cabeza.
“¡No toques el horno!” y nuestros hijos van derechito hacia él. El haberlo mencionado lo puso en el centro de la escena como la tentadora manzana prohibida. El sesgo de negatividad, es una característica de nuestro aparato cognoscitivo, una especie de filtro perceptivo que nos hace ver solo los peligros, solo las amenazas. Sobrevivimos entre otras cosas gracias a tener este sesgo despierto y poder anticipar los peligros. Es parte de nuestra forma de ver y entender el mundo.
Este sesgo también nos hace vernos a nosotros mismos desde una perspectiva negativa y pesimista. Aunque es una característica beneficiosa en la prevención de los peligros puede ser una lente deformante que oscurece nuestra mirada y nos hace ver todo negro. Tenemos entonces tres elementos confluyentes: el sesgo de negatividad, la incapacidad de reconocer el no en nuestro inconsciente y la potencia de la palabra que evoca lo designado de modo automático.
Negro es negro, no-blanco es blanco. Si quiero decir negro de un modo menos discriminador hacia las personas que tienen la piel oscura, no-blanco es una elección equivocada.Considerando todo lo anterior que, repito, todo publicista, comunicador y político avezado sabe, es muy llamativa la elección del nombre para el anunciado observatorio de la desinformación y la violencia simbólica en medios y plataformas digitales, NODIO. Sin entrar a considerar sus propósitos e intenciones enunciadas y sus metodologías aún por verse, tomaré solo el nombre mismo. Literal y simbólicamente.
Si está leyendo esto, diga por favor “nodio” en voz alta. ¿Se da cuenta de que la ene se achica hasta casi desaparecer ante la o que termina sonando como si fuera la primera letra?
En mi temprana juventud solía decir “ozo” cuando llamaba a un mozo en un bar ruidoso. No decía “mozo” sino “ozo” porque cuando decía “mozo” parecía no escucharme mientras que si le quitaba la eme el mozo oía con claridad y se acercaba enseguida. Sorprendentemente la eme de mozo podía ser descartada sin que el resto de la palabra cambiara de sentido.
Lo mismo pasa con la ene de nodio que hace que nodio y odio suenen casi igual. Cuando decimos nodio, oímos odio. Y si nos esforzamos en acentuar esa ene negadora para decir no odio, nos topamos con esa característica de nuestro inconsciente que no reconoce el no. Oímos odio. Queda odio. Se instala odio.
Si el observatorio busca erradicar la violencia en medios y plataformas han comenzado mal en la elección del nombre. Un lapsus que, como todo lapsus, revela lo que pretende encubrir. Odio implica violencia. El Observatorio mismo instala la palabra odio, la pone delante de nuestros ojos y no podemos más que pensar en ella. Como el elefante.
- Texto: DIANA WANG (CLARIN.COM)
- Foto: Fidel Sclavo